Juego de tronos de guerra
La invasión rusa de Ucrania ha despertado una Europa más unida, pero debe dar el paso adulto de convertirse en una potencia de paz y justicia
Xavier Martínez-Celorrio
Profesor de Sociología de la Universitat de Barcelona.
Xavier Martínez-Celorrio
El imperialismo como fase superior del capitalismo comporta una jugosa extracción de riquezas que requiere, se quiera o no, de guerras coloniales e imperialistas, decía Lenin. Por su parte, Trotsky añadía que ante una guerra entre una república civilizada pero imperialista y una monarquía atrasada de un país colonial, las izquierdas han de estar del lado del país oprimido (a pesar de su monarquía) y contra el país opresor (a pesar de su democracia). Putin es otro ruso, pero nada marxista.
Más bien es un anti-marxista, ultracapitalista, machista, antisemita, homófobo y paneslavista del nacional-conservadurismo de la Gran Rusia que se ha puesto el traje de emperador, lanzando a sus caminantes blancos para invadir Ucrania y ampliar su perímetro imperial. En el nuevo mundo multipolar, no existe un único trono de hierro sino tres: Estados Unidos, China y, faltaba, Rusia, que ahora lo está forjando ante nuestros ojos. Hay que ver si Europa será o no el cuarto trono de hierro.
Seguramente, Putin ha calculado que delante tendría una endeble respuesta de la Unión Europea y que la invasión sería una guerra relámpago para destituir a Zelenski y colocar un régimen títere que, junto a Bielorrusia, garantice el control ruso desde el mar Báltico hasta el mar Negro. Nueva frontera, nueva expansión y orgullo paneslavo para restituir la grandeza de una URSS sin comunismo ni democracia donde solo reine su cleptocracia, su camarilla de oligarcas y sus gulags. Putin es una matrioska posmoderna que mezcla ingredientes y significados ambiguos, aprovechables tanto por las extremas derechas europeas (ultranacionalismo) como por ciertos románticos de la extrema izquierda (anti-atlantismo). Cualquier psicoanalista nos diría que todos ellos esconden un complejo de Edipo expresado en forma de autoritarismo siniestro e iluminado.
La invasión rusa de Ucrania llega tras una agotadora pandemia, que no ha acabado aún y una inflación que ya frenaba el ritmo de recuperación económica. Tormenta perfecta que Putin aprovecha ante una Europa-mercado envejecida, con democracias fatigadas e infiltradas, desunida en reinos de taifas y liderada por una derecha neoliberal (Durao Barroso, Merkel o Von der Leyen) abierta a los oligarcas rusos y permitir su refugio fiscal. Eso sí, a la vez, apretaba las tuercas de la austeridad en lo peor de la Gran Recesión de 2008 a los países del Sur (Grecia, España, Italia y Portugal), a los que empobreció con políticas de dolor, en palabras de economistas como Stiglitz o Krugman. Esa Europa neoliberal ha fracasado. Necesitamos una nueva y adulta.
Las sanciones económicas a Rusia y el cerco a los oligarcas son medidas de guerra que ha dado una Europa por primera vez unida en mucho tiempo. Sin embargo, tal y como señala Thomas Piketty, hay que elevar el daño efectivo a los oligarcas rusos con una amenaza real de arruinarles y que, así, presionen a Putin a la retirada. Para ello hace falta crear un registro financiero internacional de grandes capitalistas de todo el mundo que, de paso, serviría para luchar contra otros flujos de dinero sucio y corrupto.
Una transparencia que incomoda al gran capital europeo y que será difícil que veamos. Esta sería una respuesta firme de una Europa adulta, que cree en sus valores fundacionales de los derechos humanos como antesala de la libertad y la democracia. Cueste lo que cueste a quien más tiene. Porque los derechos humanos se han de anteponer al derecho a la propiedad privada. Ya hemos visto que la industria italiana del lujo y la industria belga de los diamantes quedan fuera del boicot a Rusia.
Queda por ver si Estados Unidos se atreve a crear ese registro internacional y expropiar o neutralizar al gran capital ruso y su maraña de intereses cruzados con el gran capital occidental. Debería ser Europa quien liderara esa guerra contra los oligarcas rusos, a la vez que envía armas ofensivas para la legítima defensa ucraniana y ojalá se sentara a su lado para negociar con Putin con un Euroejército disuasorio detrás. Es hora que Europa se libere del gran amigo americano y asuma su política de defensa. Implicará más gasto militar, pero Europa ha de crecer como potencia política para preservar la paz y la justicia, sin las cuales ni hay mercado ni siquiera vida o futuro.
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