Salir a la calle
El feminismo es un río cada vez más caudaloso, y a veces revuelto, e incluso dolorosamente bifurcado, pero que converge en las necesidad de abolir un sistema que nos oprime
Salir a la calle son muchas cosas. El martes, me atrevería a decir, fueron 15.000 de ellas, tantas como participantes en una manifestación. Algunas incluso contrapuestas. El feminismo es un río cada vez más caudaloso, y a veces revuelto, e incluso dolorosamente bifurcado, pero que converge en la necesidad de abolir un sistema que nos oprime. A nosotras, principalmente, pero también a los hombres, porque el machismo empobrece y embrutece a toda la sociedad. Es por eso que hay que recordarse a una misma, a menudo, que en una manifestación a veces lo más importante es la foto que se tomará en gran angular, y el número de personas que se verán en ella, o de lo contrario no soportaríamos tener a dos metros de distancia a alguna de sus participantes. Cada cual que se haga sus listas negras, y me incluya en ellas si quiere; en la lista de mi 'mani', el nombre dos políticas de formaciones que apuestan por degradar derechos laborales de muchas mujeres, quienes la foto que buscaban era más bien un retrato en plano corto. Y, sin embargo, entiendo que su presencia allí en el fondo es una buena señal, porque indica que el sentido común, la hegemonía, es que ya no es posible quedarse en casa.
El martes había en las calles mujeres en silencio por Ucrania y mujeres que bailaban a Rigoberta Bandini, mujeres que reclamaban pensiones justas y otras que no las acosaran en foros de videojuegos. Se protestaba la brecha de género, las violaciones químicas y la dictadura de la estética. Cuesta entender que el feminismo -como otros movimientos sociales- no sea un bloque monolítico, y parece que se le exija una pureza inasumible, y que escuche las opiniones y las quejas de aquellos cuyos privilegios cuestiona para no ser tachado de quién sabe qué, y que albergue visiones y grados de compromiso muy diversos. La sororidad es la heroicidad que permite hermanarse con alguien del que disientes profundamente, aunque sea por un día, para lograr algo mejor. Y al patriarcado no le entra en la cabeza.
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