Guerra de Ucrania

¿Es posible un cambio en Moscú?

Las perspectivas son desalentadoras. Ni el frente se prevé nada bueno, ni tampoco en la retaguardia rusa. Los que más pierden, en cualquiera de los escenarios, los ucranianos y rusos de a pie

Putin la mayor amenaza

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Ruth Ferrero-Turrión

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Esta es quizás la gran pregunta sin respuesta de estos días. Esa guerra relámpago en la que se depondría al Gobierno ucraniano y se implantara otro afín a Moscú que permitiera controlar al país no ha sucedido. Zelenski resiste en Kiev/Kyiv y parece que la invasión, según los analistas occidentales, no va según los planes del Kremlin.

Sin embargo, día tras día se puede observar cómo el mapa de Ucrania va cambiando de color en las zonas del Donbás y en la costa del mar Negro. También se ven avances de tropas rusas en Kharkiv/ Járkov, y la capital ya se prepara para el asedio. Mientras, se negocia en Belovezhskaya Pushcha y las sanciones comienzan a hacer efecto. Todo demasiado lento para la población ucraniana que padece los ataques y escapa del país.

La estrategia occidental parece que apuesta por estancar la presencia de las tropas rusas en Ucrania, de ahí la decisión del envío de armas al Ejército ucraniano y la aprobación de sanciones que ahoguen a Rusia y la hagan retroceder en sus posiciones. La idea es que Ucrania resista para poder negociar en mejores condiciones cuando Rusia, extenuada, no pueda más o 'algo' cambie en el Gobierno del Kremlin. A estas alturas, todo el mundo coincide en que solo Putin tiene en sus manos el fin de la guerra, por tanto, solo desde dentro del régimen se podrían cambiar las cosas. Pero ¿es esto realista?

Para que haya un cambio de liderazgo y/o de régimen existen dos opciones, la vía revolucionaria y la del golpe palaciego. La situación a la que se quiere llegar es a un Putin contra las cuerdas en el exterior que intentaría afianzar su régimen por todos los medios y, como en todos los regímenes autoritarios, esto se materializaría a través de la restricción de libertades, represión y propaganda. El aislamiento en torno a lo que sucede fuera de Rusia y la percepción de rusofobia por parte de la ciudadanía en los ámbitos económico, deportivo, cultural también reforzaría la posición de Putin, que tendría margen para vender la imagen de una Rusia atacada y así fomentar, aún más, la victimización del pueblo ruso. Es importante recordar que el instituto de opinión pública Levada, declarado como agente extranjero por el Kremlin en 2016, ofrecía unos niveles de apoyo a Putin antes de la invasión del 71%, en torno a doce puntos más que en 2020. A pesar de las manifestaciones que se están viendo en los últimos días contra la invasión es importante recordar que estas se localizan en las grandes ciudades, es decir, en centros urbanos y cosmopolitas, no en el resto del territorio. Los regímenes autocráticos se refuerzan frente a sus opiniones públicas en momentos de crisis, especialmente si estas se vinculan a una amenaza exterior. Y la mayoría de la ciudadanía rusa lleva tiempo escuchando y comprando este discurso. El cierre de los medios de comunicación no afines al Gobierno, así como todas las redes sociales, dejan muy poco margen para tejer redes que sean lo suficientemente potentes como para articular un movimiento de protesta lo suficientemente fuerte como para hacer tambalearse al régimen. En estas circunstancias, no parece muy probable una vía revolucionaria.

La alternativa sería un golpe palaciego, algo que tampoco se ha descartado y es, quizás, más factible. Las sanciones impuestas a la red de oligarcas y sus fortunas buscan encontrar el lugar a través del que abrir una grieta que permita un cambio de liderazgo. En teoría, estos oligarcas preocupados por el devenir de sus fortunas, tejidas al amparo del líder y de las complicidades occidentales, podrían llegar a intentar alguna maniobra bien para convencer, bien para derrocar al presidente. Pero, cuidado, no se estaría a las puertas de un cambio de régimen, algo que no interesa ni a los oligarcas ni a sus socios occidentales, sino a la continuidad del ya existente o quizás uno peor, más conservador y ultranacionalista que el actual.

Las perspectivas son, por tanto, desalentadoras. Ni el frente se prevé nada bueno, ni tampoco en la retaguardia rusa. Los que más pierden, en cualquiera de los escenarios, los ucranianos y rusos de a pie.

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