Guerra de Ucrania

El 'Cosmos' de Carl Sagan

Vista la situación bélica y política en el corazón de Ucrania, uno piensa que regresan los fantasmas de Sagan: su miedo a la guerra de autodestrucción

Carl Sagan

Carl Sagan

Jordi Serrallonga

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En el Museu de Ciències Naturals de Barcelona están acostumbrados a las excentricidades de ese desgarbado larguirucho que vagabundea entre los fósiles del mamut de Sarrià, el gorila Urko o la réplica de Lucy. Más que despacho de trabajo, repleto de miles de especímenes zoológicos, botánicos y geológicos, es mi hogar de acogida tras cada expedición. Y, una vez más, la familia del museo permitió que el primate se saliera con la suya: organizar un maratón de 'Cosmos', la serie de televisión creada –junto a la comunicadora Ann Druyan– por el astrónomo Carl Sagan, y que emitió TVE en 1982.

La proyección continua de los 13 episodios fue un modesto pero sentido homenaje a la serie que cambió las vidas de 'peques' y adultos. Recuerdo el Sant Jordi que salí disparado del colegio para ir en busca del libro publicado por Planeta y que, más tarde, la UB editaría en catalán: 'Cosmos'. Cubiertas blandas, formato cuadrado... guardo el 'bestseller' científico como si fuera un incunable; sobre todo, porque lo leyó mi padre antes de que se lanzara a viajar –y plagio a Sagan– por el océano cósmico. Ambos abandonaron las orillas del universo –la Tierra– demasiado pronto.

¿Hemos olvidado el mensaje de Sagan? Meses atrás (¿una premonición sobre la actualidad geopolítica?), Crítica reeditó otro de sus libros: 'El mundo y sus demonios'. Pero no es suficiente. Ante la proliferación de supercherías, xenófobos, belicistas y cortos de miras voto por la reemisión de 'Cosmos' en todas las cadenas públicas de televisión, y en 'prime time'. No podemos desperdiciar una de las mejores herramientas educativas que ha dado la humanidad.

Entretanto, recurro a la mediateca y, por enésima vez, visiono 'Cosmos' en el salón de casa. Así lo hice antes de partir con destino a Noruega en busca de las auroras boreales. Cada mañana, como previo al ajetreo de la jungla de asfalto, un episodio. ¿Yoga, meditación o abrazar a los árboles? Sé que no funcionaría. Mi relax es escribir, leer, andar, observar, pero también escuchar la voz de Carl Sagan. Es ciencia salpicada de poesía. El hombre risueño de la chaqueta de pana con coderas, jersey de cuello alto y chirucas dice que «somos polvo de estrellas», te invita a un «viaje personal» por el universo, o describe la «música del Cosmos». Todo amenizado por la banda sonora de otro grande: Vangelis. Así descubres, al igual que le ocurrió al frío Goethe mientras contemplaba la belleza del Golfo de Nápoles, que una lágrima cae por tu mejilla. De pequeño me emocionaba y sonreía, y ahora me emociono y lloro con el 'Cosmos' de Sagan y Druyan. Ella introduce la edición de la serie remasterizada en DVD; un prólogo donde comenta que algunos de los temas que les preocupaban entonces han cambiado para bien. Un espejismo. La 'intro' de Ann ha quedado obsoleta: no hemos cambiado.

Sagan, en esta producción norteamericana de 1980, ya hace inciso en el papel de la mujer en la ciencia, habla con niñas y niños de diversa procedencia étnica y social, o divulga cosmogonías procedentes de todos los rincones del planeta. Y lanza pullas a las grandes potencias capaces de acabar con la supervivencia humana: contaminación, sobreexplotación de recursos e incluso una guerra nuclear. No le hicimos caso... y hoy padecemos un cambio climático global. Además, vista la situación bélica y política en el corazón de Ucrania, uno piensa que regresan los fantasmas de Sagan: su miedo a la guerra de autodestrucción.

Escribo rodeado de las Luces del Norte: las auroras boreales. Impresionaron a los vikingos, forman parte de la mitología sami y José Luis Rivera me ha enseñado a cazarlas sobre el terreno. Aquí, en el Andøya Space Center, hablo con un astrofísico canario: José Miguel González. No esconde que debe su vocación a la serie 'Cosmos', y descerraja una frase lapidaria: «observar una aurora significa saber que estamos vivos». Los deflectores protegen al 'Halcón Milenario' de los disparos láser del Imperio, y la Tierra nos protege con sus 'deflectores' –atmósfera y campo magnético– del invisible viento solar que, gracias a un juego entre electrones y protones, se viste de colores y formas que bailan al son del Cosmos.

Somos producto del universo... pero también hijas e hijos de Carl Sagan.

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