8 de Marzo: ¿diversidad o división?
Perdemos energía política, intelectual y de acción cada vez que nuestras réplicas se centran en compañeras feministas antes que en los escenarios cotidianos de opresión
Gemma Altell
Psicóloga social. Fundadora de G360.
Gemma Altell
Este año Madrid presenciará dos manifestaciones del 8M. A mi parecer, ambas feministas. El movimiento, a lo largo de la historia, ha sido diverso en sus planteamientos y esta ha sido su riqueza. Por este motivo los llamamos feminismos en plural. Sin embargo, en los últimos años los discursos sobre su división han puesto encima de la mesa la necesidad interpretar lo que está ocurriendo.
Las casualidades no existen. El hecho de que detrás de las diversas corrientes feministas existan partidos políticos que las encarnen es relevante. La lucha feminista es política y pretende una transformación social global que impacta a toda la sociedad. Algunos partidos llevan en su ADN la lucha feminista. Sin embargo, la política y el partidismo a menudo no son la misma cosa.
Los temas que están actualmente escenificando esta división son cuestiones de tanto calado como: la prostitución o trabajo sexual (según quien lo nombre), la gestación subrogada o los vientres de alquiler (según quien lo nombre) y más allá, cual debe ser el sujeto del feminismo y, vinculado a este aspecto central, el debate en torno a la cuestión trans y la legislación al respecto. Son debates que pueden tener en el presente -pero sobre todo en el futuro- relevancia e impacto sobre como definimos y entendemos el mundo. Pero hoy por hoy, suelen plantearse mayoritariamente en un plano académico y/o intelectual al que la ciudadanía en general no se siente directamente interpelada.
Cuando una cuestión consigue tomar los titulares en la agenda social y política, corre el riesgo que la intenten instrumentalizar. Algo de esto está pasando
El auge imparable de los feminismos en la última década ha sido un gran logro del movimiento pero, como es habitual, cuando una cuestión consigue tomar los titulares en la agenda social y política, corre el riesgo de ser instrumentalizada. Algo de esto está pasando. El feminismo puede tener rédito político actualmente; este rédito trae consigo logros como son cambios sociales, políticas públicas feministas y una importante visibilización de las desigualdades de género, pero de la mano viene la polarización entre distintas miradas.
La diversidad es siempre rica y permite entender los fenómenos de una forma más compleja aceptando nuevos ángulos de análisis y empatizando con otros puntos de vista pero, a mi parecer, estamos ante dos retos extremadamente importantes si pretendemos que un nuevo mundo sea feminista en su globalidad.
Por un lado, preguntarnos si la única posibilidad ante la diversidad de los feminismos es dibujar posiciones enfrentadas. Preguntarnos si hemos explorado suficiente aquello que nos une en la lucha global o si algunas de las luchas que nos enfrentan pueden estar argumentadas analizando partes distintas de los fenómenos, pero a su vez complementarias. El enfrentamiento frontal que desacredita a la otra parte y la invalida en su voluntad feminista no hace más que armar a las posiciones más patriarcales de la sociedad. El disenso es sano y enriquece, pero el enfrentamiento (si es que queremos definirlo así) debe ir hacia aquellos poderes que nos ningunean, ridiculizan o directamente violentan o matan. Perdemos energía política, intelectual y de acción cada vez que nuestras réplicas se centran en compañeras antes que en los escenarios cotidianos de opresión.
Por otro lado, sin duda muy relacionado con el aspecto anterior, el segundo reto tiene que ver con aproximar los discursos y los debates a la ciudadanía. Y no solo hablo de la ciudadanía que aunque fuera de las instituciones participa del activismo y del movimiento feminista; hablo de toda la ciudadanía. Especialmente las mujeres. Todas. Cada vez que amigas, compañeras, mujeres en general me piden que les explique “de que va” este debate sobre la prostitución, o sobre “el tema trans” pienso que algo no estamos haciendo del todo bien si personas que deberían sentirse representadas no empatizan directamente con el debate. ¿Será quizás porque las posiciones, cuando las aterrizamos a lo cotidiano, a las vidas de las mujeres, no responden a lógicas binarias, simples, e incluso a veces maniqueas?
Seamos bienvenidas todas, somos capaces, en nuestra diversidad, en nuestra complejidad y controversia, de poner nuestro espíritu de lucha en el reconocimiento y la integración de todas las miradas feministas.
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