Invasión rusa

Una guerra que también es la nuestra

La Unión Europea es el modelo a preservar, a fortalecer, a expandir, a defender, a mejorar. El modelo por el cual los ucranianos no luchan en vano

Soldados ucranianos vigilan la frontera de Crimea con Rusia en Jerson.

Soldados ucranianos vigilan la frontera de Crimea con Rusia en Jerson. / AP/TC

Carles Campuzano

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Si hace casi 30 años, el conflicto de los Balcanes nos advirtieron que el horror de la guerra no había desaparecido de Europa, la guerra de la Rusia de Putin contra Ucrania nos recuerda que el estado de paz en el que hemos vivido la inmensa mayoría de los europeos desde 1945 es una excepción en la historia de la humanidad. Una excepción que hemos dejado de cuidar y apreciar, que incluso hemos despreciado y que hemos entendido como la normalidad, instalados en nuestro bienestar relativo, pero inmenso respecto el resto del planeta. Y es que el origen del proyecto europeísta no es otro que acabar con las guerras entre europeos que habían asolado el Viejo Continente, uniendo los mercados, facilitando la circulación de las personas y defendiendo los intereses y valores comunes de los europeos. Y este proyecto ha funcionado. Con la caída del Muro de Berlín y el hundimiento del bloque soviético, Europa, como proyecto de paz y prosperidad compartido, pero también de democracia, derechos y libertades se extendía hacia el Este. Hoy en Ucrania, la guerra que ha comenzado Putin va de esto. Cuando en mayo de 2014 formaba parte de la delegación de la Asamblea Parlamentaría de la OSCE, desplegada en Kiev, que monitoreaba las elecciones en Ucrania, después de las revueltas europeístas del Maidan, comprobé cómo los jóvenes con los que hablaba aspiraban a vivir en un país basado en un 'european way of life' formando parte de la Unión Europea ( UE), muy lejos del fracasado modelo soviético de sus padres o del modelo despótico y autoritario que sufren sus vecinos rusos.

La UE tiene debilidades, carencias y déficits. Muchas. Pero la Unión Europa es el modelo bueno, con diferencia. El modelo a preservar, a fortalecer, a expandir, a defender, a mejorar. El modelo por el cual los ucranianos no luchan en vano. Y por el cual también se manifiestan los rusos que, con un enorme coraje, han llenado calles contra la guerra en las ciudades de Rusia. Y un modelo que puede salir también fortalecido con esta crisis.

En el discurso que tiró a la fama al senador estatal de Illinois, Barack Obama, en octubre de 2012, contra la guerra de Irak, el después Presidente proclamó que no se oponía a guerra en todas las circunstancias, sino que se oponía a una guerra estúpida, como aquella que estaba a punto de empezar. Estos días merece la pena releer el discurso del joven Obama. Esta guerra, para los ucranianos, no es una guerra estúpida. Es una guerra en defensa de su independencia y de su libertad, de su vida, en definitiva; y para los europeos, y no solo para los europeos, esta tiene que ser una guerra en defensa de la libertad de todos, también de la nuestra. Si nos manifestamos contra esta guerra y contra el horror de la guerra, no se puede hacer equiparando las víctimas con los verdugos ni pretender reducir de manera infantil y pueril esta guerra a un conflicto de intereses geopolíticos, entre potencias, ante la cual nos situamos, de manera equidistante, por encima del cordero y el mal, cómodamente, sin asumir ninguna responsabilidad, dando la espalda a los ucranianos, y a los demócratas rusos. Y claro que hay geopolítica en esta guerra. Tampoco somos ingenuos. En cualquier conflicto de esta magnitud, la dimensión geopolítica está. Quien mejor lo ha entendido son los ucranianos que quieren formar parte del sueño europeo y de las alianzas que nos unen con Washington, Tokio u Ottawa.

Desde este punto de vista, no tiene sentido buscar paralelismos entre aquello que estos días se acontece en Ucrania con el conflicto entre las instituciones catalanas y el Estado que hemos vivido durante la última década. Cualquier referencia, venga de donde venga, es obscena. Y estos días hemos escuchado algunas.

Para el soberanismo catalán tranquilo y pragmático, para los que hemos practicado el nacionalismo cívico y democrático durante décadas, esta guerra nos confirma que Europa es nuestra patria de destino. Que Europa es la garantía de la paz y que el modelo europeo de derechos y libertades civiles y políticas, de economía social de mercado y Estado del Bienestar y de unidad en la diversidad, es nuestro modelo. Y tampoco valen ambigüedades ni experimentos extraños sobre Europa ni hacer demasiado caso a los aprendices de brujo que especulan sobre otros destinos y otros aliados. Hoy Europa se la juega en las calles de Kiev, de Járkov y tantas ciudades de Ucrania.

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