Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

De Anna Delvey a Hundidas no pueden

Delvey / Etxebarria

Delvey / Etxebarria

En esta semana se han puesto de moda dos series de Netflix que tratan sobre estafadores. Simon Leviev estafa a mujeres con las que mantiene una relación romántica. Anna Delvey estafa a bancos y a hoteles.

A él le vemos como un desalmado. A ella, como una heroína de guante blanco. Es cierto que ella robó una vez a una amiga, pero también que esa amiga llevaba dos años viviendo a costa de Anna, y que en la serie se da a entender que Anna planeó devolverle el dinero pero no pudo.

El precio que pagas por vivir en sociedad es el de acatar reglas y reprimir tus impulsos más básicos. No poder realizarlos, ni tan siquiera expresarlos. Pero reprimir no supone extinguir. Esos impulsos permanecen ocultos como un virus en tu sistema. Historias como la de Anna Delvey nos permiten vivir nuestros impulsos reprimidos casi de forma real. Y todos sin riesgo, por experiencia vicaría, desde el confort de nuestro sofá y nuestra mantita. El mecanismo psíquico en juego se llama procuración.

Por eso empatizamos con Anna, porque al fin y al cabo los hoteles y bancos a los que estafó no perdían nada, ya que tenían un seguro que cubrían sus perdidas. Anna cae bien a tanta gente como para que la serie haya sido un éxito. Pero no empatizamos con Simon Leviev, porque ninguno queremos estafar a personas a las que queremos. Empatizamos con sus víctimas.

Sirva esta introducción para explicar algo que mucha gente no consigue explicarse. El porqué de la caída de Podemos.

"Cuando las mujeres se enfadan y dejan de votar, sube la derecha"

Podemos no ha caído en Castilla y León, en Galicia, en Euskadi y en Madrid porque sus votantes hayan decidido marchar a la ultraderecha, sino porque sus votantes podían entender que Podemos arremetiera contra los bancos y las grandes corporaciones, pero no que las estafara a ellas.

Sus exmilitantes recuerdan la purga de hace un año, cuando desde el partido les exigieron a las cargos que habían firmado un documento contra la ley trans que se retractaran, bajo amenaza de cesarlas si se negaban. Recuerdan cómo la cara de Iglesias apareció en el cartel del Día Internacional de la Mujer. El acoso y derribo a antiguas militantes que abandonaron el partido. Los insultos y el asedio en redes. Los documentos internos en los que se hablaba de feminismos en plural en lugar de feminismo en singular y en los que se animaba a luchar contra "todas las violencias" y la "violencia en pareja", para evitar el término violencia de género.

Los que no entienden cómo ha podido salir beneficiado Vox en estas elecciones no saben que cuando las mujeres dejan de votar, es la derecha la que sube.

Y me sorprende que en todos los análisis políticos de la debacle de Castilla y León nadie haya querido ver este fenómeno, tanto como que en las encuestas no pregunten a los votantes por su sexo.

En el libro 'Rising Tide', los politólogos Ronald Inglehart y Pippa Norris argumentan que, a partir de los años 80, en las sociedades postindustriales el voto de las mujeres se ha escorado a la izquierda, hacia opciones socialdemócratas, hacia políticas sociales y redistributivas, en mayor medida que los hombres. Se basan en numerosos estudios longitudinales y transversales.

Pero cuando las mujeres se sienten estafadas, cuando contemplan aterradas cómo se las intenta eliminar como sujeto político del feminismo, cómo se implanta en textos legales o documentos una neolengua que las hace invisibles, que redacta 'progenitor gestante' por 'madre', o 'personas menstruantes' por 'mujeres' en artículos de gran tirada, cómo la igualdad queda entrampada en la diversidad... Entonces huyen despavoridas.

Porque cuando el héroe, el Robin Hood que venía a robar a los ricos para devolvérselo a los pobres, se ha convertido en un vulgar estafador romántico, el miedo entra por la puerta y la admiración huye por la ventana.

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