Nuevas formas de compra Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El comercio electrónico y el mundo que queremos
Los comercios tradicionales tienen que acelerar su reconversión, con apoyo de las administraciones y los consumidores tienen que ser conscientes del poder que tienen con sus decisiones de compra

Un repartidor a domicilio de la firma Glovo, la ’start-up’ catalana con la ronda más alta en 2021 /
Hasta los años noventa del siglo pasado, la mayor parte del comercio minorista se hacía en las tiendas físicas, y también había venta por teléfono y por correo postal. Con la llegada de internet la situación empezó a cambiar, por las transformaciones disruptivas que provoca esta nueva tecnología en todos los ámbitos donde entra, y uno de los sectores más afectados es el comercio. Se han modificado sustancialmente tanto la demanda (hábitos de los consumidores) como la oferta (nuevos actores, nuevos canales de comercialización...). El comercio electrónico crece sin cesar, a medida que aumentan las personas con acceso a internet. Según Hootsuite, en 2021 en Europa el 91% de las personas son usuarias de internet y, de estas, el 76% hacen compras a través del ecommerce.
Es una evolución lógica si tenemos en cuenta las ventajas del comercio electrónico: evita desplazamientos, ahorra colas, se puede comprar las 24 horas del día y 365 días al año, el catálogo de productos es infinito, hay comparadores de precios, se pueden conocer las opiniones otros consumidores... Pero también tiene inconvenientes: no se puede ver, ni tocar, ni probar el producto, falta privacidad puesto que hay que dar los datos personales, en muchos casos no hay contacto ni asesoramiento personal con el vendedor... Y hay fraudes, sobre todo con las tarjetas de crédito. Según el Gobierno norteamericano, el 15% de los consumidores han sufrido algún tipo de fraude con el e-commerce.
Entretodos
Y la pandemia ha acelerado la transformación. Por ejemplo, según la consultora Oliver Wyman, el comercio electrónico representaba en 2019 el 6% de todo el comercio minorista europeo. En 2021, el porcentaje ya ha llegado al 15% y la previsión es que en 2029 represente el 33%. Y en productos como la electrónica, los libros y la ropa, el porcentaje llegará al 50%. Ante esta evolución imparable, querría reflexionar sobre dos efectos colaterales concretos que está provocando el comercio electrónico.
En el mercado de trabajo, el cierre de comercios tradicionales provoca una sustitución de propietarios y dependientes de tiendas por un número menor de emprendedores que crean empresas de comercio electrónico y muchos repartidores. Todo esto hace perder peso relativo en la clase media. En el caso de los repartidores, de acuerdo con datos de CCOO, a menudo se trata de trabajos precarios, con mucho estrés y peligrosidad, sin estabilidad y con bajas retribuciones. Por lo tanto, estamos hablando de una actividad económica que genera poco bienestar para muchos de los que trabajan.
Otro efecto del cierre de comercios de proximidad es el cambio de la fisonomía de pueblos y barrios. Sin duda, los comercios dan vida en las ciudades, más iluminación y seguridad en las calles. Pero, si continúa el proceso de desaparición de comercios, nuestras ciudades cambiarán mucho y no para bien.
A la vista de esto podemos preguntarnos si vamos hacia el mundo que queremos. No se pueden poner puertas en el campo, puesto que el comercio electrónico seguirá creciendo, pero quizás podemos mejorar el resultado final. Por un lado, los comercios tradicionales tienen que acelerar su reconversión, innovando con la experiencia de compra y proponiendo formatos híbridos (compra en línea en la misma tienda física, comprar en línea y recoger en la tienda física...) que les permita generar facturación y reducir el número de repartidores. Los datos de Comertia indican que la venta en línea en enero de 2022 ya representa el 8,9% de la facturación de sus asociados, que son empresas con más de 4.000 tiendas. También hace falta que las administraciones avancen más en los planes de medidas para la protección del comercio tradicional y contribuyan así a su reconversión. Hay que regular bien los nuevos modelos de venta (por ejemplo, los 'dark stores', espacios físicos de almacén en los que no pueden entrar los clientes) y apoyar a las pymes. Y, por otro lado, los consumidores tienen que ser conscientes del poder que tienen con sus decisiones de compra. Si hacen estas pensando en el mundo que quieren quizás estarán dispuestos a pagar más por el trabajo que hacen los repartidores y también tenderán a comprar más en los comercios de proximidad. Si no lo hacemos así, no nos lamentemos cuando comprobemos la creciente precarización de millones de personas o cuando cierre la tienda que querríamos que siga formando parte de nuestra vida.
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