La guerra de la energía
Es evidente que la nuclear tiene una cara oscura, pero la alternativa es estar en manos de sátrapas megalómanos como Putin o los no menos terribles líderes de los países del Golfo
Adela Muñoz Páez
Catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla y miembro de la Red de Científicas Comunicadoras.
Adela Muñoz Páez
Hemos observado sobrecogidos la invasión de un país en el corazón de Europa y la valiente resistencia de sus habitantes y su presidente al envite de uno de los mayores aparatos militares de la Tierra. El pánico ante los intensos bombardeos nocturnos ha llevado a huir a cientos de miles de ucranianos que, por el momento, están siendo muy bien acogidos en países vecinos como Polonia y Hungría.
No hay explicación lógica para la invasión, a no ser que se trate de un nuevo movimiento de la partida de ajedrez que el presidente ruso juega en Europa, uno de cuyos movimientos maestros fue la ejecución en 2006 del disidente Aleksándr Litvinenko, que murió a causa de la desintegración radiactiva de una pequeña cantidad de polonio-210 que habían puesto en su té. Ha sido la ejecución más cara de la historia, porque la síntesis del Po-210 requirió un reactor nuclear y costó entre uno y diez millones de dólares. En este artículo apuntaba que una de las razones para tamaño dispendio era mostrar la tenebrosa cara de la radiactividad.
La atroz agonía de Litvinenko, televisada durante tres semanas, sin duda debió de tener efectos devastadores en la percepción social de la energía nuclear, cuyo uso en la Unión Europea está hoy en declive: Alemania cerrará sus últimas centrales nucleares en 2022, mientras que Francia, país líder en el desarrollo de tecnología nuclear desde que Frédéric Joliot-Curie, yerno de Marie Curie, convenciera al general De Gaulle de que la llave para conseguir la independencia energética del país estaba en la energía nuclear, planea reducir su dependencia de la misma desde el 70% actual al 50% en 2035.
El desarrollo de las renovables aún no ha avanzado lo suficiente para reemplazar a las plantas nucleares
El desarrollo de las energías renovables aún no ha avanzado lo suficiente para reemplazar a la energía obtenida en las plantas nucleares, pero la sociedad no espera. Nuestra vida necesita grandes cantidades de la energía para el transporte, el comercio, la industria, las explotaciones agrícolas y los usos domésticos. ¿Y qué país es el principal suministrador de energía no nuclear a los países centroeuropeos? Rusia. Poco importa que esa energía provenga de los combustibles fósiles, causantes del efecto invernadero, basta con que no provenga de la maldita energía nuclear; el ejemplo más terrible de sus efectos se encuentra en la misma Ucrania, país en el que está ubicada la central nuclear en la que tuvo lugar el mayor accidente nuclear de la historia: Chernóbil. Tampoco parece importar que ese accidente fuera el resultado de la desastrosa gestión que se hizo en el imperio soviético que estaba colapsando; o que en Francia, el país que ha producido la mayor cantidad de energía en plantas nucleares, no haya habido ningún accidente relevante en los casi 80 años de su uso.
La energía nuclear puede brindarnos una solución temporal a nuestros problemas energéticos, pero hemos de ser conscientes de sus peligros. De entrada, los procesos de desintegración nuclear implican ingentes cantidades de energía, lo cual la hace muy atractiva, pero también muy difícil de controlar. En una reacción de fisión nuclear (por ejemplo, la rotura de un átomo de uranio) tiene lugar la pérdida de una pequeñísima cantidad de masa (Δm) que se transforma en energía, E, al multiplicarla por la velocidad de la luz al cuadrado, según la ecuación propuesta por Einstein, E = Δm.c2. Una vez que comienza una reacción nuclear, el proceso se propaga por un mecanismo de reacción en cadena alimentado por neutrones, lo cual dificulta su control. Para terminar, los productos de las reacciones nucleares son también radiactivos: los famosos residuos que seguirán activos durante siglos.
Es evidente que la energía nuclear tiene una cara oscura, como lo tiene, por ejemplo, el transporte por carretera que causa millones de víctimas al año, a pesar de lo cual no nos hemos planteado prescindir de él. El hecho decisivo es que la alternativa es estar en manos de sátrapas megalómanos como el presidente ruso o los no menos terribles líderes de los países del Golfo, que masacran a la población yemení desde hace años y no respetan los derechos de las mujeres.
Estudiando a fondo los procesos implicados se pueden llegar a controlar las reacciones nucleares y los residuos. Pero no parece viable que lleguemos a entender, mucho menos controlar, la mente de los criminales dirigentes de los países que encierran las mayores reservas de combustibles fósiles.
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