Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial
Editorial
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Editorial
Un mundo vulnerable
Las exigencias inmediatas sobre nuestra salud y nuestra seguridad no nos pueden hacer olvidar la amenaza vital que supone la emergencia climática
Entre la multiplicación de informes sobre el cambio climático y la aparición de otras urgencias, como la pandemia del covid-19 y la guerra de Ucrania, es posible que la opinión pública haya perdido sensibilidad y reflejos ante la aparición de nuevas noticias sobre la deteriorada salud del planeta. Sin embargo, el informe de evaluación presentado este lunes por el grupo intergubernamental de expertos de las Naciones Unidas debería llamar nuestra atención y confirmar la necesidad de medidas urgentes y contundentes destinadas a frenar el calentamiento global. Efectivamente, no se trata de un documento más, sino de las conclusiones a las que han llegado 270 científicos de 67 países después de revisar decenas de miles de páginas de trabajos dedicados a estudiar el impacto que la actividad humana está teniendo ya, no solo en el clima, sino también sobre las personas, otras especies y el conjunto del ecosistema. Un informe demoledor, que el propio secretario general de la ONU, António Guterres, calificó de «Atlas del sufrimiento humano» en su presentación.
La principal conclusión del informe -que se suma al presentado hace seis meses sobre las bases físicas del cambio climático- es que el aumento de temperatura de más de un grado que se ha producido en el último siglo ha dejado en una situación de extrema vulnerabilidad a cerca de la mitad de la población mundial. Son cerca de 3.500 millones de personas, que podrían ser muchas más si no se consigue contener el aumento de la temperatura del planeta por debajo de 1,5 grados centígrados como fijó el Acuerdo de París. Las consecuencias de esta incapacidad en mantener los compromisos fijados por las sucesivas cumbres climáticas son conocidos de todos: calentamiento de la atmósfera, los océanos y la tierra, de tal modo que las perdidas en biodiversidad son ya irreparables, disminución de la producción de alimentos básicos (trigo, arroz y maíz), aumento de los fenómenos meteorológicos extremos y multiplicación de nuevas amenazas para la salud. También es aceptado por sectores cada vez más amplios de la población y por la mayoría de los gestores políticos que esta situación de emergencia está provocada por un comportamiento humano irresponsable y un modelo de desarrollo necesitado de una profunda revisión. La novedad de este último informe radica en el acento que pone en los efectos desiguales del cambio climático, ya que la mayoría de los 3.500 millones de personas que integran este atlas del sufrimiento humano viven en África y en países poco desarrollados del hemisferio sur.
Aunque el informe insista, acertadamente, en que el coste de la inacción acabaría siendo mayor que el de la acción necesaria para poner fin al deterioro medioambiental, lo cierto es que las medidas a adoptar para encarar transiciones energéticas complejas son costosas y poco compatibles con la acumulación de exigencias presupuestarias que se derivan de la necesidad de recuperar la crisis de la pandemia y, ahora, ayudar a Ucrania, hacer frente a la amenaza rusa y asumir los costes de las sanciones y distorsiones en el comercio mundial del conflicto. Como la decisión anunciada por el canciller alemán, Olaf Scholz, de dotar al Ejército alemán con una partida extraordinaria de 100.000 millones de euros para su modernización. Sin embargo, este es el mundo en el que nos ha tocado vivir, y atender los riesgos vinculados al mantenimiento de la paz y de un orden internacional respetuoso con la soberanía de los países no puede hacernos desviar del reto mayúsculo que tiene la humanidad para asegurar su supervivencia.
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