Agresiones sexuales

Nuestros cuerpos no son campo de batalla

La violación de mujeres y niñas supone una estrategia de guerra consentida por los bandos en conflicto. Pero no empieza y acaba en los conflictos bélicos. Desgraciadamente, persiste durante las misiones de paz

Miembros de cuerpos de paz de Naciones Unidas

Miembros de cuerpos de paz de Naciones Unidas

Sònia Guerra

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El pasado jueves, mientras me preparaba para asistir al Congreso como cualquier otro día de pleno, escuché en la radio que se había desatado la pesadilla en Ucrania. Putin había decidido atacar. La guerra siempre es el fracaso de la política, del diálogo, de la negociación, de la diplomacia.

 La tristeza se adueñó de mí, y de manera inconsciente me acordé de ellas. No me las quito de la cabeza desde entonces. 'Women in Black'. Las Mujeres de Negro. Las valientes feministas y pacifistas que protestan contra la ocupación y la violación de los derechos humanos del ejército israelí en Palestina. Y como ellas, tantas. Eso no significa que las mujeres seamos pacifistas por naturaleza, ni que no hayamos participado en los conflictos bélicos. Lo hemos hecho, sin duda. 

Históricamente las mujeres, también algunos hombres, hemos liderado movimientos en contra de los conflictos bélicos. Seguramente, porque somos nosotras las que damos vida a la humanidad. Como decía la psicóloga catalana Victòria Sau, “cada ser humano muerto o mutilado ha nacido de una mujer, la cual no lo concibió, gestó, parió y educó supuestamente para eso”. Pero también conscientes que nosotras, las mujeres, somos utilizadas como botín de guerra.

La violación de mujeres y niñas supone una estrategia de guerra consentida por los bandos en conflicto. Sucede desde la antigüedad. Basta con recordar el rapto de las sabinas o el mensaje lanzado a los aqueos, en 'La Ilíada': “que nadie se apresure a regresar aún a casa antes de acostarse con la esposa de alguno de los troyanos”. La violencia sexual es el acto final de humillación a los vencidos. Y el campo de batalla es el cuerpo de las mujeres. Forma parte del imaginario patriarcal. Así sucedía en los textos homéricos y así lo denuncia Amnistía Internacional en la actualidad.

Pero la violencia sexual que sufren las mujeres y niñas no empieza y acaba en los conflictos bélicos. Desgraciadamente, persiste durante las misiones de paz. Y es que el cuerpo femenino es considerado un cuerpo de conquista no solo para los vencedores, si no también para los pacificadores, quienes en muchas ocasiones violan a mujeres y niñas a cambio de comida o pequeñas cantidades de dinero. En 2019, la revista 'International Peacekeeping' publicó una investigación en la que sacó a la luz que más de 2.000 mujeres, muchas de ellas menores, habían sufrido abusos sexuales por parte de las fuerzas de paz desplegadas por Naciones Unidas, entre 2004 y 2017. No olvidemos que, en circunstancias normales, sin guerras declaradas, las denuncias por violencia machista suponen únicamente el 25% del total.

Lamentablemente, la violación sistemática de mujeres y niñas en los procesos de pacificación es otra de las consecuencias del patriarcado. El sistema dominante mundial que no entiende de fronteras. Cualquier conflicto bélico es un acto de brutalidad indiscriminada para la población en general, en el que el patriarcado incrementa la violencia de control a la que somete a las mujeres.

Por todo ello, desde el jueves pasado la tristeza me acompaña, y la impotencia de saber que después serán ellos, los mismos que abrieron el fuego, los que sellarán la paz. Sin ellas, sin nosotras, sin las mujeres, sin la mitad de la humanidad.