Derechos culturales ‘con altura’
Son necesarias leyes catalanas y españolas que corrijan la desigualdad de oportunidades ante la cultura
Daniel Granados
Delegado de Derechos Culturales del Ayuntamiento de Barcelona.
Daniel Granados
Originaria de Sant Esteve Sesrovires y formada en escuelas superiores de Barcelona, Rosalía tiene ocho premios Grammy, entre muchos otros galardones y reconocimientos. Ella, como muchos otros artistas, es un símbolo absoluto del talento que consigue reconocimiento y triunfo.
Las figuras de éxito como la de Rosalía, suponen un orgullo para todos los que, de una u otra manera, participamos del campo cultural catalán. Sin embargo, éxitos como este pueden provocar falsas interpretaciones como el manido “si quieres, puedes”. Podría parecer que todos tenemos la oportunidad de participar de la cultura y ascender por igual; que cualquiera puede crear o expresarse cultural o artísticamente si siente la llamada de las musas. Incluso, parecería que con un poquito de esfuerzo y madrugando mucho mucho cada día, el éxito te puede estar esperando a la vuelta de la esquina. Sin embargo, la meritocracia ha sido una forma de justificar privilegios, como apunta el filósofo César Rendueles en su libro 'Contra la igualdad de oportunidades'. Si la igualdad de oportunidades es un eslogan atractivo pero plagado de trampas, el derecho a la cultura y la capacidad de participar de ella, también.
Frente a estos unicornios, y como demuestra empíricamente la 'Encuesta de Participación Cultural de Barcelona' (2019), existen desigualdades en el derecho a participar de la cultura y los factores más explicativos de esta desigualdad son el nivel de renta, en primer lugar, seguido del nivel de estudios y el origen de las personas y los colectivos.
No todos tenemos los mismos derechos culturales.
Desarrollar políticas públicas enmarcadas en el derecho a la cultura supone un reto imprescindible para ampliar la base democrática de nuestra sociedad desde la perspectiva de la equidad y la justicia social. Los derechos culturales han sido abordados a lo largo de los últimos años en un debate amplio y profundo de alcance internacional, aunque a menudo sin trascender más allá de los análisis críticos bienintencionados y las declaraciones desiderativas.
Con el objetivo de pasar de la retórica a la acción, Barcelona presentó en abril del 2021 su Plan de derechos culturales con nueve medidas de gobierno, 100 acciones concretas y un presupuesto en torno a los 68 millones de euros. El plan aporta nuevas miradas para los programas municipales que marcan un nuevo rumbo para sus políticas culturales. Además del derecho al acceso, que ha marcado una parte de las políticas culturales desde la Transición democrática, este plan incorpora el derecho a la creación (que pone el foco en las condiciones materiales del tejido cultural) y a las prácticas culturales (del conjunto de la ciudadanía).
Si en el siglo XX la salud y la educación fueron dos grandes derechos conquistados fue por la capacidad de crear normas que, pese a sus carencias evidentes, los garantizan hoy de forma universal. De igual modo que otros derechos recogidos en cartas magnas, estatutos de autonomía y declaraciones universales pero sin leyes -y recursos- que los blinden, como el derecho a la vivienda, garantizar el derecho a la cultura es una tarea inaplazable. La política pública municipal en Barcelona está comprometida con la lucha y la defensa de los derechos culturales pero, aunque las incumbencias son muchas y las estrategias se sofistican, las competencias legislativas de las administraciones locales son escasas a la hora de abordar los aspectos materiales y estructurales que afectan al campo cultural, como la regulación de los alquileres de espacios, las condiciones laborales o el acceso a programas educativos y artísticos para el conjunto de la ciudadanía.
Por todo ello y mucho más, son necesarias y urgentes leyes catalanas y españolas que reconozcan e implementen los derechos culturales como punto de partida de cualquier proyecto que pretenda corregir esa endémica desigualdad de oportunidades. Con altura.
No todos aspiramos a ser Rosalía, pero no debemos olvidar que, sin desmerecer ni un ápice su talento y su trabajo, sin la oportunidad de acceder a formación extraescolar y superior, y la capacidad de participar activamente del ecosistema cultural de la ciudad, 'malamente' seguiría siendo solo un adverbio.
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