Dejar el coche, coger la furgoneta
Habrá quien señalará que las tiendas 'online' venden más barato. Pero lo que nos ahorramos siempre lo paga alguien: en este caso nuestro planeta, que es nuestra casa, que somos nosotros
Andrea Pelayo
Periodista.
Andrea Pelayo
El ser humano es contradictorio por naturaleza, pero en momentos de cambio de paradigma, la polarización de nuestra propia mente se dispara. Un ejemplo es, hoy en día, la asunción generalizada de que el cambio climático es un problema grave contra el que urge actuar y algunos hábitos a los que no queremos renunciar para luchar contra la crisis medioambiental.
Ya hace tiempo que la venta por internet genera una de esas paradojas que cuesta, y costará, desenredar. En un momento en el que el coche estaba empezando a perder algunas batallas en muchas grandes ciudades, en favor de mayor presencia de carril bici o zonas de bajas emisiones, nosotros, los consumidores, hemos ido llenando las calles de otros vehículos. Una marea de furgonetas de reparto recorre nuestras ciudades yendo y viniendo constantemente para atender nuestras 'necesidades más acuciantes'.
El listado de los productos más vendidos en una de esas grandes empresas de 'e-commerce' nos podría sonrojar. Freidoras de aceite, bambas de marcas que tienen tiendas físicas propias o mascarillas quirúrgicas. ¿Es realmente imprescindible o urgente pedir estos productos a distancia, con todo lo que conlleva en embalaje y transporte? Habrá quien se apresurará a señalar que esas tiendas 'online' venden más barato. Sin embargo, pocos se paran a pensar que lo que nos ahorramos siempre lo paga alguien: en este caso nuestro planeta, que es nuestra casa, que somos nosotros.
Pagamos, por ejemplo, con menos salud a causa del ruido o el humo de los vehículos, cuando irónicamente, estábamos renunciando a nuestros propios coches en favor de otros medios de transporte. O con más inconvenientes logísticos, desde la inexistencia de zonas donde aparcar esas furgonetas, que acaban invadiendo carriles bici o saturando calles a base de dobles filas, hasta la imposibilidad de estar en el momento de la recogida, provocando que se vayan cargadas de nuevo y vuelvan a intentarlo mañana.
Puede que uno de los males de nuestra época de grandes contradicciones -por sus enormes rupturas- sea esa obligación de inmediatez. Lo queremos todo para ya, disponible 24/7, y nos frustra que no pueda ser así. Muchos no estarán dispuestos a renunciar al uso de estas plataformas de venta masiva, que claramente han llegado para quedarse, pero ponerle cabeza a su uso no nos iría nada mal para que nuestras contradicciones no acaben por dominarnos.
El dilema puede resolverse haciéndose algunas preguntas: ¿Necesito o voy a usar lo que estoy comprando? ¿Puedo acceder a este producto en mi barrio o en mi ciudad? ¿Me hace falta realmente para mañana? ¿Podría haberlo planificado de otro modo para que no fuera urgente? ¿La diferencia de precio supone un cambio para mí? ¿A quién ayudo con mi compra? ¿Qué huella tiene mi decisión? Se trata solo de tomar conciencia de lo que hacemos y no dejarnos llevar por la inercia de una pretendida comodidad que nos pasará factura.
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