Guerra de Ucrania

La herida de Chernóbil

Chernóbil y su fragilidad vuelve como una pesadilla con la ocupación rusa de la central y se ha convertido en un arma que atenaza nuestra imaginación

La central nuclear de Chernóbil

La central nuclear de Chernóbil / periodico

Carol Álvarez

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Chernóbil ocupada por las tropas rusas como símbolo estremecedor de lo que hay aquí y ahora. La invasión rusa de Ucrania se fraguó en los contornos difusos de las guerras híbridas, esas que hemos perfeccionado entrado el siglo XXI con la tecnología y las redes sociales, y acabó con misiles, tanques y toma por la fuerza de objetivos estratégicos como en las guerras de toda la vida. Violencia física causada por armamento, muertos, dolor y daño emocional. 

Ese aire retro sobrevuela estos nuevos tiempos bélicos. Esa emoción antigua salpica las redes, esa gran comunidad compartiendo capturas del momento y micropensamientos: buscamos analogías en otras experiencias vividas o que nos han impactado y nos vamos a recuerdos del telón de acero, al bombardeo de Londres de 1940, a las viejas guerras mundiales. De Hitler.

 Otros miedos reavivados se centran hoy en Chernóbil, esa herida del mal durmiente en los restos de la central nuclear que sembró el terror en 1986 con el accidente que segó decenas de miles de vidas y marcó para siempre a millones de personas, su salud, su futuro, y el de la naturaleza irradiada. Chernóbil sobrecogió a una generación pero hipotecó la esperanza de vida de otras con su veneno. Los más jóvenes pudieron conectar ligeramente con la historia de la catástrofe nuclear con el revival del accidente en el formato audiovisual con la serie en HBO, y los demás, recordarla. Chernóbil y su fragilidad vuelve como una pesadilla con la ocupación rusa de la central. ¿Por qué ocupar un polvorín de memoria infame? Chernóbil se ha convertido en un arma que atenaza nuestra imaginación.

Cuándo empieza una guerra

Seguimos la evolución de la guerra a través de un bombardeo de información en el que los directos informativos de las webs son una lluvia de metralla que nos interpela. Cada entrada, una bala directa a nuestra emoción, aún perpleja, desorientada, intentando buscar refugio, respuestas, una coraza de protección o ideando una réplica.

Las primeras horas del ataque son las más confusas. ¿Cuándo ha empezado exactamente la guerra? ¿Qué diferencia una guerra de una invasión, un ataque de una maniobra militar?. Como ante los primeros casos de una epidemia, las primeras noticias hacen aflorar el desconcierto, la divagación, frenética, para dar el punto exacto de trascendencia de lo que ocurre y tomar decisiones adecuadas. Guantes de plástico, mascarillas, toques de queda, confinamientos, cuarentenas: nada de eso y todo a la vez se agolpan en en la imaginación para saltar, de repente, a nuestra cotidianeidad.

Superamos poco a poco la sexta ola de covid pero las amenazas siguen pesando sobre la humanidad en otra escala. Las grandes guerras del siglo XX ya tuvieron un impacto global aunque sus efectos fueron diferidos según las relaciones comerciales, la distancia de las fronteras, los bloques de los contendientes. La invasión de Rusia nos ha violentado a todos desde el minuto uno y experimentamos sus efectos a distinta escala, sí, pero en tiempo real. 

Esa coletilla del "nunca visto en la historia" que sueltan los líderes políticos, desde Biden a Putin, en sus intercambios dialécticos tras las amenazas y las réplicas tiene mucho de la bravuconería del lenguaje bélico, de estrategia para frenar al contrario. Pero las palabras no son viento ya, con tropas y ciudades bombardeadas, con una nueva ola de refugiados. La medida del verdadero terror lo da la traslación visual de la silueta de la inestable nuclear de Chernóbil, aquí y ahora.

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