La tentación de la profecía autocumplida
Ahora ya parece que la guerra sea inevitable y que se pueda justificar lo injustificable sin que se nos diga qué esconde este juego macabro
Núria Iceta
Editora de 'L'Avenç'
Hace unos meses que hablábamos con naturalidad de fatiga pandémica, porque las cuestiones relacionadas con la salud copaban el debate público; era una cuestión de supervivencia, estábamos agotados física y mentalmente. El sufrimiento y el miedo a nuestro alrededor nos tenían en estado de alerta permanente, mientras procurábamos seguir todas las recomendaciones y no hacernos demasiadas preguntas que pusieran en duda las pocas seguridades que teníamos.
Pero poco a poco hemos vuelto a la fatiga de siempre, la del ciudadano fatigado de que le tomen el pelo. Lo que fatiga de verdad es la cantidad de cosas agotadoras e inagotables que debemos aguantar, la cantidad de veces que quisiéramos levantar la mano para preguntar y repreguntar: "¿Y esto por qué?".
No quisiera parecer que frivolizo con un tema tan serio como el de la guerra, pero quizá la teoría de la profecía autocumplida sirva para interpretar algunos comportamientos de la política internacional. Es la única explicación que se me ocurre para tratar de entender (que no comprender) cómo puede ser que con la inteligencia acumulada de la especie humana aún estemos contemplando como una posibilidad real la de un nuevo enfrentamiento bélico.
Hace semanas que asistimos estupefactos a declaraciones de dirigentes políticos internacionales, a miles de kilómetros, que hablan de un peligro inminente de invasión rusa en Ucrania, incluso jugando pornográficamente con el calendario. Total, si resulta que la invasión no se produce en el día que ha dicho Joe Biden, ¿qué ocurre? Absolutamente nada. Unos días después, Kamala Harris y Boris Johnson afirman que podemos estar ante una guerra en Europa como no se había vivido desde 1945. Los mecanismos de la profecía autocumplida se han puesto en marcha y ahora ya parece que la guerra sea inevitable y que se pueda justificar lo injustificable sin que se nos diga qué esconde este juego macabro, con la frialdad de la mirada de Putin y los ojos interrogantes de los primeros evacuados del Donbás. Pues bien, yo me niego a jugar a ese juego. Absolutamente.
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