Guerra civil en el PP

Banalización de la corrupción

En algo hemos mejorado: en España ya no se asalta el congreso de diputados, sino solamente sedes de los partidos. Ya no se movilizan tanques sino solamente articulistas. Algo es algo

Miles de manifestantes cortan la calle Génova al grito de “Casado dimisión”

Miles de manifestantes cortan la calle Génova al grito de “Casado dimisión” / José Luis Roca

Ernest Folch

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Parece que fue hace un siglo, pero han transcurrido poco más de cinco años desde que Verónica Pérez, portavoz de Susana Díaz, proclamó delante de Ferraz aquel famoso autogolpe: "La autoridad soy yo". El resto es historia: los amotinados perdieron y hoy Pedro Sánchez es presidente del PSOE y Díaz ya es solo una nota a pie de página en la política española. El pasado domingo, pero esta vez en la sede del PP, la agitación de Ayuso culminó con un curioso oxímoron: una turba conservadora de derechas pidiendo la revolución en la calle Génova. Los dos episodios son muy diferentes, porque no tiene pinta que el acobardado Pablo Casado sea capaz de sobrevivir a la brutal campaña de intimidación a la que ha sido sometido en los últimos días, pero son también muy iguales porque tienen un denominador común inquietante: cuando el 'establishment' decide recuperar el poder perdido es capaz de cualquier cosa, incluso de perpetrar golpes en plena calle. Porque para entender la guerra civil en el PP, lo primero que hay que hacer es leer los periódicos. Basta una ojeada a la prensa de la capital para ver que de lo que se trata es de ocultar lo esencial y mostrar lo accesorio. Estamos ante una espectacular operación de maquillaje, que solo trata de ocultar la verdad que Pablo Casado tartamudeaba el pasado viernes en los estudios de la COPE: en plena pandemia, cuando morían en España miles de personas cada día, la presidenta de una comunidad enriquecía a su hermano gracias a una comisión para una empresa fantasma que jamás había comprado hasta la fecha ninguna mascarilla. En cualquier otro lugar civilizado, este escándalo habría terminado con la carrera política de Ayuso y probablemente habría provocado una intervención inmediata de la fiscalía. Aquí, la información de 'Eldiario.es' fue recibida el pasado noviembre con el debido silencio y la diputada del PSOE que denunció el caso ante la misma Asamblea de la Comunidad de Madrid fue expulsada del hemiciclo por faltar al respeto, como si estuviéramos en Bielorrusia. Así se entiende mejor cómo la extrema derecha mediática ha usado el presunto espionaje de Casado para tapar la menos presunta corrupción de Ayuso.

Basta un ejercicio muy sencillo para saber quién es quién en esta crisis: los que ponen el espionaje por delante de la corrupción, los que hablan de conspiración y ocultan al hermano, son los que sostienen a Ayuso para que Ayuso les sostenga a ellos. Un jefe de opinión de uno de estos periódicos confesó no hace tanto que "prefiero un corrupto al poder que un comunista al poder". De eso va el espectáculo dantesco que nos ofrece el PP estos días: una furia mediática desatada contra el aparato de un partido. No tan lejos de aquel otro espectáculo dantesco en la sede del PSOE hace cinco años, cuando de otra manera y en oras circunstancias, se buscaban los mismos objetivos. En algo hemos mejorado: en España ya no se asalta el Congreso de los Diputados, sino solamente sedes de los partidos. Ya no se movilizan tanques sino solamente articulistas. Algo es algo. Pero que nadie se crea esto de que es solamente una batalla interna del PP, como en su día tampoco lo fue del PSOE. Está en juego algo mucho más trascendente, como el triunfo del nacional-populismo y la banalización de la corrupción. Para muchos, Ayuso es la última esperanza para salvaguardar su ideología y, sobre todo, su modo de vida. Por eso ya no disimulan y les da igual si ha usado su cargo para enriquecer a familiares directos. Vienen tiempos difíciles.   

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