Apunte

El despropósito de las mascarillas

Las compras de este material sanitario se siguen haciendo en China pese a las subvenciones concedidas a empresas españolas para su fabricación

El Gobierno pondrá fin el martes a la obligación de llevar mascarillas al aire libre

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Rosa María Sánchez

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Algo no funciona bien si sucede que el Estado da medio millón de euros a una empresa española para crear una línea de producción de mascarillas capaz de producir 3.000 FFP2 diarias y luego no se las compra. Algo falla y eso es lo que denuncia la empresaria Clara Arpa, consejera delegada de Arpa en una entrevista en el suplemento Activos, de EL PERIÓDICO 

En estos días en los que los contratos públicos para la adquisición de mascarillas cobran actualidad a propósitos de la intervención en uno de ellos del hermano de Isabel Díaz Ayuso para traerlas de China, llaman la atención las declaraciones de esta empresaria. Arpa es una de las cinco primeras empresas del mundo especializadas en logística de campaña para los ejércitos. Cuando estalló la pandemia, la empresa fue requerida por el Ejército, la comunidad de Aragón y Unicef para traer mascarillas de China, igual que hizo la empresa para la que trabajó Tomás Díaz Ayuso. Arpa optó por fabricarlas y se confeccionaron 50.000 mascarillas que se entregaron de forma gratuitas en marzo y en abril de 2020, el mismo mes del polémico contrato ganado por el empresario amigo de la familia Díaz Ayuso. Después, el Gobierno concedió a la Arpa una subvención de medio millón para crear una línea de producción, pero está parada. «La Administración no nos compra a nosotros porque sigue trayendo mascarillas de Asia», donde se encuentran más baratas, cuenta la empresaria.  

En 2020, el Gobierno destinó 11 millones de euros en subvenciones a unas 50 empresas para ayudarlas a transformarse y reorientar su producción hacia la lucha contra el virus con el fin de sortear la especulación del mercado chino. Se entendió entonces que eso sería una inversión para reforzar la industria española, debilitada por décadas de deslocalización. Pero ahora hay máquinas paradas. Y la empresaria Arpa no entiende nada: «Van a precio, y el precio lo tienen como un gasto, no como una inversión», que es lo que parecía que se pretendía. 

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