Extrema derecha

Una antiglobalización planetaria

El ascenso de Vox dista de ser excepcional en Europa y más allá del continente, pues forma parte de un sector político en expansión

El líder de Vox, Santiago Abascal.

El líder de Vox, Santiago Abascal. / Concha Ortega Oroz

Xavier Casals

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El ascenso de Vox ha sorprendido por su rapidez. En noviembre de 2018 era un partido marginal y en 2019 era la tercera fuerza del Congreso (15,1% del voto); tenía presencia local, autonómica y europea; y el PP facilitó su rápida normalización, al recabar su apoyo para gobernar Murcia, Madrid y Andalucía. Ahora puede sumarse al Ejecutivo popular de Castilla y León, lo que la convertiría en una 'derecha respetable' de forma definitiva. Tal situación dista de ser excepcional en Europa y más allá del continente, pues Vox forma parte de un sector político en expansión.

Lo ilustran tres datos. El primero es que la ultraderecha es la tercera fuerza del Parlamento Europeo, aunque ello es invisible al estar dividida en dos grupos: Identidad y Democracia (en el que destacan Marine Le Pen y Matteo Salvini), con 66 escaños, y Conservadores y Reformistas Europeos (que acoge al partido polaco Ley y Justicia y a Vox), con 64. Si les añadimos los 13 de Fidesz (la formación de Viktor Orbán expulsada del Grupo Popular Europeo), la extrema derecha reúne a 143 de los 705 escaños de Estrasburgo y se sitúa tras el Grupo Socialista (146) y el Popular (166).

El segundo dato es que la ultraderecha está representada en todos los parlamentos de Europa, salvo los de Irlanda e Islandia: su presencia es la norma, no la excepción. El tercer dato es que su crecimiento se inscribe en una tendencia transcontinental. Lo reflejó la victoria de Narendra Modi en la India en 2014, la de Donald Trump en EEUU en 2016 o la de Jair Bolsonaro en Brasil en 2018, por citar casos destacados. De este modo, el crecimiento de Vox se integra en una tendencia internacional paradójica, en la medida que las fuerzas de ultraderecha reflejan un rechazo a la globalización (flujos migratorios, multiculturalismo, entes supraestatales) de carácter global.

En general, no hay fórmulas políticas que garanticen su contención. De esta forma, su aislamiento o “cordón sanitario” por el resto de formaciones limita su avance, al carecer la ultraderecha de expectativas de “tocar poder”, pero no comporta su hundimiento. Lo refleja el caso de Alternativa para Alemania (AfD): esta ha conocido una moderada caída del voto (del 12,6% al 10,3%). Cuando la extrema derecha se integra en el gobierno, sus partidos ponen el foco sobre todo en endurecer los controles de la inmigración.

Lo ilustró el gobierno de Giuseppe Conte en 2018, que agrupó al Movimiento 5 Estrellas y a la Liga de Salvini. Este, desde la cartera de Interior, quiso frenar desembarcos de inmigrantes o multar a ONG’s que los ayudaban. Igualmente, en Austria, la coalición del conservador Sebastian Kurtz con el extremista Partido de la Libertad también se plasmó en políticas de inmigración más restrictivas y se retiró del Pacto Mundial para la Migración de la ONU, pues rechazaba del mismo “un derecho humano a la migración ajeno al sistema legal austríaco”.

En general, las fuerzas de ultraderecha en los ejecutivos combinan la acción de gobierno con la de partidos de protesta. De este modo, la Unión Democrática de Centro (UDC-SVP), que forma parte del Ejecutivo suizo, mantiene una movilización cívica en torno a sus temas promoviendo referéndums, entre los que destacó el relativo a la prohibición de minaretes, en 2009.

Así las cosas, si nos preguntamos cuál sería la meta de un hipotético Gobierno de ultraderecha, los gobiernos de Polonia o Hungría permiten hacerse una idea. Los presiden, de forma respectiva, Mateusz Morawiecki (con Ley y Justicia, 43,5% en 2019) y Orbán (con Fidesz, 52,5% en 2019), ambos próximos a Vox, e impulsan democracias iliberales: sistemas políticos formalmente democráticos, pero cuyos Ejecutivos autoritarios concentran cada vez más poder. En este escenario, para el politólogo Cas Mudde, la meta de la ultraderecha en el poder sería crear una 'etnocracia': “un régimen supuestamente democrático que determina estructuralmente el dominio de un grupo étnico” ('La ultraderecha hoy', 2021).

En definitiva, la irrupción de Vox se inscribe en un movimiento amplio de rechazo a la globalización que articula la ultraderecha y cuya actuación demuestra la fragilidad de realidades hasta hace pocos años consideradas irreversibles, como la existencia de la propia Unión Europea. 

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