Fenómeno global

¿Tú también duermes mal?

Hasta el que duerme bien se siente culpable por las horas que perdió de productividad o incluso de ocio

Despertador

Despertador / Mpho Mojapelo |Unsplash

Carol Álvarez

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Preocupados como estamos por el covid y sus síntomas y cómo nos cambia la salud y la vida, por un tiempo o de manera que parece permanente, otro fenómeno crece en dimensiones pandémicas. Ya no dormimos como antes, aunque se hace difícil poner una muesca en ese antes. Antes del coronavirus, seguro, pero si nos remontamos en el tiempo, podemos buscar puntos de inflexión en crisis financieras, en el procés, en la llegada del teléfono móvil a nuestras vidas. ¿Fue primero el teletrabajo? ¿O la entrada de Netflix en nuestras casas? Plantea David Jiménez Torres en su libro ‘El mal dormir’ que no dormir no solo es un problema de salud, por aquello de la necesidad de descanso y regeneración neuronal. Lo relaciona con la mala conciencia que desde tiempos inmemoriales ata el sueño reparador a una recompensa por una jornada bien resuelta, sin actos de maldad, ni arrepentimiento. El descanso del guerrero que ha cumplido como debe en el campo de batalla.

Pero ¿qué pasa cuando uno no ha parado un minuto, arrollado por las multitareas, llega a rastras a la cama por la noche y no pega ojo? ¿Esa fatiga, esa batalla diaria, no merece un buen reposo?

Perdemos el sueño intentando recuperarlo, como en un mal chiste de cine mudo, Harold Lloyd ya nos contó en un tiempo en blanco y negro lo dramático de la situación y nos reíamos ante el absurdo. Él no reía nunca. Ahora sabemos por qué.

Google da una de las medidas para meternos en la cabeza de los que se preparan para la vigilia. Los buscadores y Google trends te llevan a un universo poblado de búsquedas de cómo enrutar crucigramas, series para dormir y para no dormir. Netflix despunta ahí con su propuesta de triple salto mortal con Headspace, programas que dan herramientas para coger el sueño y que cuentan con su web y una aplicación para móviles. Aprender a dormir como reto, con sus tutoriales y profesores, algunos incluso se ganan bien la vida en el floreciente negocio de consultores o ‘coach’ de sueño de niños: cómo acostumbrar a dormir a tus hijos si tú ya no sabes cómo dormir y descansar para convivir con sus desvelos a llantos. 

Según un estudio de The Economist, dos de cada tres estadounidenses duermen menos de siete horas al día, y esa falta de descanso se relaciona con un descenso de la productividad y de la salud que implica pérdidas de millones y millones de euros al sistema sanitario y las economías domésticas y de gran escala. Si trasladamos esas conclusiones a modelos de vida similares en todo el planeta, vemos que el problema es monumental.

La industria del sueño

Y buena parte de los mismos que nos metieron en el atolladero salen ahora al rescate: la industria del sueño mueve un dineral. Aplicaciones, medicamentos, terapias, colchones especiales y aromas para inducir el relax compiten en la atención de la pandemia nocturna. Otra cosa es si funcionan o ayudan a mitigar los efectos del insomnio masivo.

El negocio del sueño es el revés del metaverso de videojuegos y streaming que se desarrolla a esas horas, alimentado por los largos meses de confinamientos y restricciones que impedían aquello de pasar el tiempo callejeando o de bares, en cines, teatros o discotecas. Esas pantallas que son ventanas a un mundo siempre despierto cambian biorritmos, engañan a nuestras hormonas y acortan nuestro tiempo de desconexión.

Y cuando no dormimos, despiertos tampoco estamos del todo. Eso explica, entre otras cosas, la gran crisis de atención que sufrimos. 

Si la mala conciencia se asociaba a un mal sueño, ahora el negocio que hay detrás de nuestro pobre descanso nos lleva por un camino de perdición. El que duerme bien se siente culpable por las horas que perdió de productividad o incluso de ocio. Por todo lo que podría estar viendo en televisión, todos los cursos online y que conferencias grabadas que podría seguir, por el trabajo que podría avanzar con su portátil. Sesiones de bicicleta estática conectados a un videojuego. Listas de música interminables en plataformas digitales. ¿Y si te entra sueño?

Bienvenidos a la era del mal descanso.

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