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Carla Simón: El aplauso del oso

Su profesionalidad lo vale tanto como su corta pero intensa vida de cineasta reconocida. Aquella que empezó exponiendo en 'Estiu 1993', inspirada en una infancia sin llanto, y que sigue transitando en 'Alcarràs', un pueblo en resistencia.

Fotograma de 'Alcarràs', de Carla Simón

Fotograma de 'Alcarràs', de Carla Simón / Avalon

Josep Cuní

Josep Cuní

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Cuenta la historia que, a finales de los 60, cuando Adolfo Suárez fue nombrado director general de radiodifusión recibió la llamada del entonces vicepresidente del gobierno. El Almirante Carrero Blanco estaba interesado en que la única televisión en España promoviera las leyes que pretendían darle un aire rejuvenecido al franquismo. En blanco y negro, por supuesto. De ahí nació 'Crónicas de un pueblo'. Una serie costumbrista que narraba las vicisitudes de una localidad de la Castilla que hoy representaría la España vaciada. Los protagonistas eran los poderes locales de rigor: el alcalde, el maestro, el cura y el cabo de la Guardia Civil. El éxito superó las expectativas y los límites propagandísticos de la dictadura y sus cuatro temporadas convirtieron el programa en un reflejo colectivo. Las familias acudían frente al televisor cuando oían los primeros compases de una banda sonora que, tiempo después, recuperaría Luis del Olmo como sintonía de 'Protagonistas'. Y aunque el tema era una versión orquestada de un éxito de Cliff Richard and The Shadows de 1965, ha quedado como un indicativo de la historia de la radio.

La Catalunya costumbrista actual, abandonada a incierta suerte, podría reflejarse en 'Alcarràs'. Una localidad frontera con Aragón que ve a sus jóvenes distanciarse de una realidad que les promete poco porque ya les da menos. Agricultores y ganaderos de larga tradición que trabajan desafiando frio y calor para que las ciudades se alimenten aunque estas ni lo sepan ni se lo agradezcan. Al contrario, la dura competencia aumentada por la globalización, los precios bajo coste, las inclemencias meteorológicas, el desprecio del mercado y la indiferencia urbana convierten su trabajo en heroicidad. La misma que expresan en la pantalla los vecinos de la zona, convertidos en actores y que actúan como son y lo hacen como saben. Eso es lo que ha sabido valorar el jurado de la Berlinale concediéndole a 'Alcarràs' el Oso de oro. Eso, y el agrio sabor que desprende la fruta dulce cuando el sudor humano se concentra en un melocotón.

Carla Simón i Pipó (Barcelona, 29 de diciembre de 1986) está recibiendo los elogios que merece. Su profesionalidad lo vale tanto como su corta pero intensa vida de cineasta reconocida. Aquella que empezó exponiendo en 'Estiu 1993', inspirada en una infancia sin llanto, y que sigue transitando en 'Alcarràs', un pueblo en resistencia. Y aunque esta ficción nace de los recuerdos familiares y describe lo que los vecinos cuentan con la naturalidad que lo viven, recupera el mismo ritual del duelo para clamar por el abandono. De la madre a la tierra. Del amor a la aspereza.

Rigurosa en su trabajo, puntillosa en la selección y exigente en su punto de vista, la guionista y directora sabe ponerse como nadie en los ojos de los otros. Y trasladar a la agradecida mirada ajena la que ella ha tenido antes. Por esto, el miércoles, supo crear un ambiente paralelo de expectativa, tensión y explosión. El que sus inusuales actores y vecinos de Alcarràs vivían expectantes en 'lo Casino' mientras Clara Simón lo sentía en el Berlinale Palast. Y acabaron contando lo mismo. Que conforme iban saliendo los premios se iban poniendo nerviosos temiendo lo peor. Hasta que descubrieron que el final era el principio.   

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