Convivir con Vox si se deja
Mientras la extrema derecha fue un problema de otros países, se prodigaban las bromas sobre la improbable llegada a España, que presumía de estar inmunizada. Aquel descuido impidió desarrollar los mecanismos de alerta sanitarios, por lo que la población se hallaba desprotegida
Matías Vallés
Periodista
Matías Vallés
Se acaba de producir un contagio masivo de Vox en Castilla y León, ni en las estimaciones más optimistas puede evitarse ya el temido concepto de crecimiento exponencial pandémico. Unida a los focos activos en otras geografías españolas, la ola castellanoleonesa ha disparado la incidencia por cien mil habitantes hasta el punto de que las autoridades sanitarias señalan que, al actual ritmo de aparición de nuevos casos, la propagación puede alcanzar a la mayoría de los votantes.
Mientras Vox fue un problema de otros países, se prodigaban las bromas sobre la improbable llegada a España, que presumía de estar inmunizada. Aquel descuido inicial impidió desarrollar los mecanismos de alerta sanitarios, por lo que la población se hallaba desprotegida. Los test diseñados para evitar la propagación eran poco fiables. Las pruebas daban lugar a falsos negativos que ocultaban su contagio, y provocaban así la afectación de personas sanas. Tampoco funcionó la ilusión de suprimir el impacto de Vox confinando a la población y atemorizándola, al mismo tiempo que se multiplicaba una factura eléctrica que era el medio de transmisión más eficaz a domicilio.
De repente, contagiarse de Vox preocupa más que la invasión cruenta de Ucrania, en aplicación del criterio de proximidad. El desánimo se debe a que han fallado los diques de contención, arrasados por el precio desenfrenado de la vivienda. Las vacunas desarrolladas hasta el momento aminoran los efectos y la gravedad de los contagiados, pero no rebajan la velocidad de propagación. Al revés, cada oleada supone una crecida de mayores dimensiones. De ahí que las autoridades de todos los partidos hayan descartado la eliminación, de la que han presumido durante dos años. Se abre, por tanto, la fase de la negociación, confiando en que el recién llegado acepte un papel subsidiario que permita tratarlo como un leve catarro democrático. Se aspira a convivir con Vox si se deja, a sabiendas de que la ultraderecha moderada y los virus solo comparten el desprecio a la razón.
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