Literatura

Maneras discretas de hacer

Algunas personas se toman las actividades de la librería como el momento de hacer pasillos y dejar caer sus tarjetas de visita. Generalmente, es gente que no vuelve a venir fuera del horario de las presentaciones

Imagen de librería

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Isabel Sucunza

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Raquel, cuando trabajaba de camarera en el Bar Calders, solía pasar a menudo por la librería a comprar libros de poesía. Un día, cuando ya hacía un tiempo que ella había dejado el trabajo en el pasaje, nos llamaron de la editorial LaBreu: querían hacer la fiesta entrega del Premio Francesc Garriga de aquel año en Calders; ellos mismos traerían los libros y no sabríamos quién era la ganadora hasta el momento en que ellos lo anunciaran. Fijamos fecha y hora.

Llegó el día. Un rato antes de las siete, llegaron los editores y algunos asistentes, entre ellos, Raquel. Recuerdo que Ester Andorrà y Antoni Clapés, editores de LaBreu y Cafè Central respectivamente, la saludaron delante del mostrador. Uno de los dos me dijo: “es la ganadora”. Máxima alegría.

El de Raquel debe de ser el perfil diametralmente opuesto al de un espécimen relativamente habitual de las librerías que pregunta por los libros que han ganado premios que ellos también quieren ganar: lo dicen abiertamente y algunos, incluso, nos preguntan si conocemos a los editores y si les podemos pasar su contacto. Hemos visto asaltos a autores conocidos, a editores, a jurados de premios, por parte de gente que se toma las actividades de la librería como el momento de hacer pasillos y dejar caer sus tarjetas de visita. Generalmente, es gente que no vuelve a venir fuera del horario de las presentaciones y que muy raramente compra un libro que no sea el libro del que todo el mundo habla en las redes sociales… Nunca he sabido de nadie de estos que acabara ganando, ni siquiera publicando, nada.

Ayer volví a ver a Raquel (Raquel Pena es su nombre completo): acababa de hacer una lectura de su poemario, 'Breu història dels Estats Units', en el Candy Darling, un bar de la Gran Via que ha sumado los recitales poéticos a su programación habitual. Le pregunté cómo había ido: “Bien”, me dijo, “ha venido tanta gente que incluso había demasiado ruido al fondo”. “Eso está muy bien: rock and roll”, le respondí. Qué curranta, Raquel, qué orgullo.

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