Un año desde las elecciones catalanas

Aragonès y las trampas en el solitario

La negativa a reconocer que el ‘procés’ fracasó y a interrogarse sobre las causas es el talón de Aquiles del independentismo. La división de la sociedad catalana está hoy más enquistada que hace una década

Pere Aragonès.

Pere Aragonès. / Jordi Cotrina

Andreu Claret

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La conferencia que Pere Aragonès pronunció el lunes contenía apelaciones positivas a amplios consensos sociales, pero estos llamamientos quedaron lastrados por las trampas en el solitario que el independentismo se hace a sí mismo desde el fracaso del 'procés'. Trampas sobre la supuesta unidad de la sociedad catalana en torno a las reivindicaciones independentistas –la 'Catalunya entera' fue el lema más repetido–, sobre la unidad independentista y sobre las causas de la deriva autoritaria de la política española y el diálogo con el Estado. Bueno es que Aragonès aludiera a la ‘Catalunya entera’ como destinataria de sus palabras y de su obra de Gobierno. Y lo cierto es que, del decálogo programático que anunció, la mayoría de los puntos son asumibles por amplias mayorías. Incluyendo la defensa del catalán, que puede suscitar “amplios consensos” (otro lema de la conferencia). Sin embargo, Aragonès incluyó en este decálogo la amnistía y la autodeterminación, obviando lo mucho que ha llovido en Catalunya en la última década. La negativa a reconocer que el 'procés' fracasó y a interrogarse sobre el porqué de este fracaso es el talón de Aquiles del independentismo. Reducirlo todo a la negativa del Estado y la represión conduce a otra trampa: no percatarse de que este fracaso tiene que ver, también, con el hecho de que las reivindicaciones independentistas no contaban, y no cuentan, con el apoyo de la 'Catalunya entera'. El presidente catalán obvió que la división de la sociedad catalana está hoy más enquistada de lo que estaba hace una década. Sin recoser esta fractura nada es posible, y no es posible recoserla desempolvando una estrategia que fracasó.   

Más evidentes se hicieron las trampas en el solitario sobre la unidad independentista y la necesidad de superar la dicotomía entre héroes y traidores. Y no solo porque nadie de la CUP acudiera a la cita, o porque estuviera Laura Borràs, recién regresada de la Meridiana. Bueno es, para la estabilidad del Govern, que el presidente trabaje para la unidad entre los dos socios, pero no puede apelar a esta unidad sin obviar la existencia del entramado parainstitucional creado por Carles Puigdemont desde Waterloo. No existe semejante unidad, ni en los pueblos, donde ha empezado la batalla para las municipales, ni en el Govern (como se vio en el tema del aeropuerto), ni en Parlament (como se comprobó en el tema Juvillà), ni el Congreso de los Diputados, (donde los dos grupos parlamentarios van por libre), ni en el papel que deben tener artefactos como el Consell per la República. No existe unidad, ni puede existir, al menos en los próximos meses, aquellos que distan de unas elecciones que serán una batalla a muerte por el poder local entre Esquerra Republicana y los seguidores de Puigdemont.

Más interés tuvo la última de las trampas de la conferencia de Aragonès. Aquella que pretende que el independentismo no tiene ninguna responsabilidad en el ascenso de la extrema derecha en España. Aragonès no podía eludir el resultado de las elecciones en Castilla y León, pero lo hizo tirando de un sofisma tan falso como peligroso: lo que ha ocurrido en Catalunya durante los últimos diez años nada tiene que ver con el ascenso de la extrema derecha. Es más, según el 'president', la única manera de frenar el ascenso de Vox y evitar un Gobierno de las derechas españolas es atender a las reivindicaciones del independentismo catalán. Qué fue primero, ¿el huevo o la gallina? ¿El desafío independentista o el de Vox? Aragonès utilizó el viejo argumento de la izquierda radical europea adaptándolo a su relato independentista. La derecha se hace fuerte cuando la izquierda renuncia a la revolución. Vox suma dos dígitos en muchas elecciones porque Pedro Sánchez se achanta y no acuerda un referéndum de autodeterminación en Catalunya. No hay huevo sin gallina y viceversa. Y el independentismo no puede sentirse ajeno a la ola reaccionaria que recorre una parte de la sociedad española. Hubiese sido útil que Aragonès explicara qué piensa hacer frente a este peligro, además de exigir, legítimamente, que Sánchez mueva ficha en la mesa de diálogo. Pero como había basado su conferencia en el axioma según el cual España no tiene arreglo, no se sintió obligado a hacerlo. Mas trampas en el solitario. 

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