Triste consuelo | El análisis de Rosa Paz tras las elecciones en Castilla y León
Ni Pablo Casado ni su partido han salido reforzados como esperaban: ha dejado que se afiance la extrema derecha, que se siente más fuerte. Pero a los socialistas el domingo les fue peor de lo que pensaban
Rosa Paz
Periodista. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Si Pablo Casado forzó el adelanto electoral en Castilla y León convencido de que el PP obtendría allí una mayoría extraordinaria que reforzaría su liderazgo interno frente a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y externo frente al presidente del Gobierno, Pedro Sanchez, es evidente que se equivocó y que ha fracasado. Ni él ni su partido han salido fortalecidos de los comicios. Por el contrario, él ha quedado debilitado, porque con su aventurerismo forzó la ruptura del PP con Ciudadanos y lo ha lanzado a los brazos de Vox, dejándolo a merced de sus exigencias. Los populares quedaron muy lejos de la mayoría absoluta y han permitido que se afiance la extrema derecha, que se siente cada vez más fuerte.
Ese es el resultado más notable de las elecciones del domingo: el PP seguirá gobernando en coalición, pero en lugar de hacerlo con un partido que se dice centrista, Cs, que sigue imparable su camino hacia la extinción, se va a ver forzado a hacerlo con la ultraderecha. No será ese un hecho que favorezca a Casado en su intento de alcanzar la Moncloa. Ni tampoco será bueno para Moreno Bonilla, que tendrá que convocar elecciones en Andalucía este año —la legislatura concluye en diciembre— y sobre el que pesa la amenaza de Macarena Olona, de mucho más peso político que el candidato de Vox en Castilla y León.
Un Casado fragilizado por esta fallida operación queda además a merced de Ayuso que, sin embargo, ha aprovechado la campaña electoral de la comunidad vecina para reforzar aún más su popularidad. No le será fácil, por tanto, al todavía líder del PP seguir plantándole cara a la presidenta madrileña, que parece dispuesta a ir a por todas, empezando, desde luego, por su empeño en hacerse con la presidencia del PP madrileño, algo que Casado lleva meses tratando de impedir.
Es esa dependencia de la extrema derecha la baza que intentará jugar el PSOE primero para tratar de enmascarar su mal resultado electoral del domingo y después para movilizar al electorado de izquierdas en las elecciones andaluzas, en las que en principio tiene pocas opciones, y, desde luego, en las elecciones generales cuando toquen. A los socialistas les fue mal el domingo. Peor de lo que podrían haber imaginado y mucho peor de lo que pronosticaban los sondeos del CIS. Perdieron siete escaños, la primera posición y la posibilidad de arrebatarle el Gobierno a los populares con una moción de censura, algo que hasta ahora era factible. El PSOE ha pagado la irritación ciudadana —por la pandemia, por la crisis, por todo—, que ha engordado a Vox y a los partidos de la España vaciada, y ha comprobado que en ese ambiente de decepción, la izquierda en el Gobierno pierde atractivo. Unidas Podemos, en desescalada, solo tiene en Castilla y León un escaño.
Es momento para la reflexión, para la mesura y para apostar por políticas que frenen el desencanto y el avance de la ultraderecha. Pero el PP, que repite que ganó el domingo, y los socialistas, que se justifican diciendo que en esa tierra hostil mantienen el 30% de los votos, se aferran a un triste consuelo.
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