Retrato del poder

Instituciones de cartón piedra

La ciudadanía no debería tomarse según qué causas y objetivos tan en serio, porque quienes han sido elegidos para realizarlos tampoco creen en ellos

Constitución      David Castro

Constitución David Castro / David Castro

Jordi Nieva-Fenoll

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Observar el auténtico funcionamiento del poder produce una sensación muy extraña. Por una parte, si uno espera encontrar la solemnidad de los ceremoniales que suelen acompañar de un modo u otro a nuestras instituciones, cuando conozca lo que se esconde detrás de esos ropajes de atrezo se topará con una tremenda vulgaridad. Por otra parte, los sujetos con los que se tropiece en absoluto serán diferentes a otras personas de su entorno. Si hay algo que queda absolutamente claro cuando uno conoce a un gobernante, juez de alta magistratura, militar de alta graduación o incluso rey, es que no es más que un ser humano con todos sus defectos y flaquezas. En realidad, observar todo ello en directo es bastante decepcionante.

Sobre todo, lo es la referida vulgaridad, que es tremenda. En primer lugar, el propio mobiliario de los lugares oficiales, también cuando parece elegante, es la simple decoración de un escenario, sea más o menos cara, con todo lo que tiene de aparente e irreal. Pero, más allá de eso, se observa actuar a los que ocupan esos lugares a veces con cierto empaque impostado, pero otras veces con muchísima ligereza, sea cual fuere el asunto tratado. En ambos casos, se acostumbra a oír que todo se puede resolver hablando con tal persona, o llamando a la otra. Todo parece fácil.

Y es que, en realidad, mucho es fácil. Lo difícil llega cuando hay que poner de acuerdo a todos aquellos que ostentan una determinada cuota de poder relacionada con aquel asunto concreto, cuidando además de que no les influyan –o les influyan– personas ajenas a los representantes democráticos. Esas influencias pueden venir de otros políticos, o de grandes empresarios, pero también del entorno personal o familiar de esas personas que, por cierto, rara vez están perfectamente coordinadas, incluso compartiendo ideología. 

Es por ello por lo que, cuando se habla de 'deep state' y la gente imagina a una especie de miembros de una sociedad secreta conspirando para alterar o determinar tal o cual decisión gubernamental, judicial o legal –de todo hay–, no se puede evitar esbozar una cierta sonrisa si casualmente se conoce a algunos –o a todos– los protagonistas de la historia. Al final, no se imaginen una especie de escenario 'Eyes Wide Shut', de personas vestidas de negro con máscaras que en círculos de afines toman decisiones trascendentales. Imagínense, más bien, el ambiente de una taberna con sus opíparas comidas, cenas, mucho alcohol y otros placeres igualmente mundanos que el gusto de cada cual disponga, y tendrán una imagen más precisa de cómo se toman muchas decisiones importantes, para desesperación de muchísimos asesores honestos y técnicamente impecables. Si quieren saber cómo funciona el poder, no se imaginen un ambiente muy discreto y solemne. Piensen más bien en dos borrachos abrazados armando escándalo.

A veces, los libros de historia –o recientemente los medios– acaban hablando de las juergas o vilezas de algunos de esos cargos públicos que nos gobernaron, pero muchas veces no lo hacen. Y piensen ustedes que de personas como esas y de esas situaciones de pura francachela dependen el nacimiento o desaparición de países, la declaración de guerras, el exterminio de personas o el cambio de sistemas políticos o económicos. No es extraño que las familias que llevan muchísimo tiempo tocando poder y que conocen estas interioridades, sientan con frecuencia un alejamiento y pragmatismo notables hacia muchos de esos temas, porque saben que solamente intereses puramente personales de esos gobernantes, o de quienes les influyeron, han determinado la decisión final.

Luego, esas mismas personas observan al pueblo, que acostumbran a despreciar, con una mezcla de alejamiento y soberbia cuando se expresan con ese mismo orgullo patriótico que ellos mismos quizá han sentido en algún momento. En realidad, la recomendación final para la ciudadanía podría ser no tomarse tan a pecho algunas causas u objetivos, porque quien fue elegido para materializarlos tampoco cree realmente en ellos, aunque no lo diga.

Algún día llegarán a esos cargos personas que pensarán exclusivamente en el bien común como objetivo esencial de toda la humanidad. Ha habido y hay quien obra de esa forma, no vayan a creer. Pero son y han sido pocos.

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