Terroristas
Aunque los ataques inspirados o dirigidos por Al-Qaeda o el Estado Islámico han disminuido también en nuestro continente, no debemos cantar victoria
Jorge Dezcallar
Embajador de España.
En los Estados Unidos presumen del éxito en su lucha contra los terroristas yihadistas que le infligieron la terrible carnicería del 11 de septiembre de 2001. Lo que preocupa a los americanos ahora es el terrorismo identitario vinculado a grupos de extrema derecha, porque lo cierto es que los islamistas no han logrado atentar en la otra ribera del Atlántico desde 2014. Por desgracia, no ha ocurrido lo mismo en Europa, donde hemos sufrido ataques mortíferos en el paseo marítimo de Niza, las Ramblas de Barcelona o la discoteca Bataclan en París, entre otros.
Pero aunque los ataques inspirados o dirigidos por Al-Qaeda o el Estado Islámico han disminuido también en nuestro continente, no debemos cantar victoria, porque para cometer un atentado brutal no hacen falta ni medios sofisticados ni grandes cantidades de dinero, pues basta una furgoneta. Ni Al-Qaeda (AQ) ni el Estado Islámico (EI) han desaparecido a pesar de los durísimos golpes que han recibido. Barack Obama pudo anunciar al mundo la muerte de Osama Bin Laden, líder de AQ, en una brillante operación de comandos en Pakistán en 2011. Luego sería Donald Trump el que con su habitual elegancia diría que Abu Bakr al Bagdadi, autoproclamado califa del EI, había muerto “como un perro” en Siria, y ahora, en un tono más comedido, Joe Biden ha podido anunciar que su sucesor, Abú Ibrahim al Hashimi al Quraishi, ha saltado por los aires, también en tierras sirias, al hacer estallar un cinturón explosivo cuando se vio rodeado y sin posibilidades de huida, llevándose también por delante a algunas mujeres y niños de su familia. Así, los tres últimos presidentes americanos pueden presumir de hacer acabado cada uno con un importante líder terrorista. También los franceses combaten desde hace años al islamismo radical en el desierto del Sáhara y en junio y septiembre de 2021 han acabado con los cabecillas de Al-Qaeda en el Magreb Islámico y del Estado Islámico en el Sahel.
Pero el mismo hecho de que mueran sus líderes implica que los grupos terroristas siguen existiendo aunque de otra manera, y así, el EI ha pasado de centralizado y dueño de ciudades a ser un movimiento descentralizado y rural, mientras AQ domina zonas enteras de Yemen y circula a sus anchas por otros Estados fallidos como Somalia y Afganistán, donde siempre ha gozado de la simpatía de los talibanes, aunque sea de esperar que algo habrán aprendido del alto coste que tuvo acoger a Osama bin Laden en 2001 y que actuarán en consecuencia, por más que dado el talante radical de su Gobierno no pondría la mano en el fuego. Por otra parte, los talibanes no pueden ver al Estado Islámico por razones tanto religiosas como tácticas que tienen que ver con el universalismo del EI y el localismo soberanista talibán. Además, la rama afgana del Estado Islámico (autora del atentado del aeropuerto durante la evacuación norteamericana) está ahora asesinando a miembros de la minoría hazara, 4 millones de afganos de religión chií. Y de esta forma, en medio de un desastre humanitario sin parangón, ambos grupos siguen matando en África y Oriente Medio.
Afortunadamente hay una profunda enemistad entre Al-Qaeda y el Estado Islámico por razones tanto doctrinales como tácticas y estratégicas. Básicamente, AQ cree prematuros los planes del EI de crear una entidad política sobre un territorio, y errada la iniciativa de revivir el Califato. También condena la táctica de combatir y matar a hermanos musulmanes y no concentrarse en los enemigos occidentales. Entre otras discrepancias menores.
Los servicios de inteligencia estiman en unos 10.000 el número de combatientes del Estado Islámico que todavía están operativos en Siria, Irak y el Sahel, camuflados bajo las arenas del desierto y dispuestos a matar a la mínima oportunidad. La reciente toma de una prisión en Hasaka, Siria, para liberar a sus hermanos detenidos es buena prueba de ello.
Todo esto demuestra que los terroristas siguen vivos y dispuestos a hacer daño cuando puedan. ‘Al-Naba’, la revista propagandística del Estado Islámico, recomendaba en marzo de 2020 reforzar los ataques contra “las naciones de los cruzados” mientras están ocupadas luchando contra la pandemia, descrita como "tormento de Dios" sobre los infieles y que según sus más fervientes seguidores no infecta a los verdaderos creyentes. No lo han logrado, pero no hay que bajar la guardia.
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