Memoria histórica

Huyendo de la historia

Seguimos teniendo un problema con la historia, pero el aplauso de las barbaridades no parece el mejor camino para construir un relato que nos incluya a todos

Queipo de Llano, pasando revista a las tropas franquistas, en Sevilla, en julio de 1936.

Queipo de Llano, pasando revista a las tropas franquistas, en Sevilla, en julio de 1936.

Carles Francino

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Ya sé qué se siente cuando eres el más viejo del lugar. Sentimiento lógico cuando en un grupo los treintañeros ostentan la mayoría absoluta. Era una reunión para apuntalar el futuro de la radio, pero el retrovisor del pasado siempre está ahí, agazapado. Y resultó que ese día se cumplían 85 años de La Desbandá, uno de los episodios más atroces de la guerra: miles de civiles masacrados por aviones y barcos del ejército golpista en la carretera de Málaga a Almería. El término “desbandá”, por cierto, lo acuñaron los atacantes para añadir escarnio a las víctimas; por eso mucha gente, entonces y ahora, prefiere “la huía”, que define sin ningún sesgo peyorativo el simple intento de salvar la vida. Sea como sea, una matanza en toda regla, un crimen de lesa humanidad.

Uno de los buques que la perpetró, el crucero ‘Baleares’, tiene calles en Madrid, Granada, El Puerto de Santa María y Palma, ahí con monumento incluido. Y a otro crucero, el ‘Canarias”’, le recuerdan también con una calle en otra ciudad que bombardeó: Almería. España es así. Y así nos va. En la cumbre de treintañeros a casi nadie le sonaba lo de La Desbandá; nada extraño si pensamos que a un estudiante de Málaga, donde Queipo de Llano entró a sangre y fuego forzando aquel éxodo masivo, lo normal es que tampoco se lo hayan contado en clase. Solo los cuchicheos familiares han mantenido vivo el recuerdo. E iniciativas particulares, como la ficción sonora de una pequeña emisora malagueña, ‘Onda Color’; o el trabajo de la Casa de la Memoria en Jimena de la Frontera, en Cádiz, donde empezó el calvario de quienes huían de la ofensiva franquista. La restauración de ese edificio la ha pagado el dueño del grupo Festina, nieto y bisnieto de republicanos fusilados muy cerca de allí. Un empresario de éxito, comprometido con la causa de la memoria. Y de la decencia.

Conclusión: está claro que seguimos teniendo un problema con la historia, pero la ignorancia de los hechos –y mucho menos el aplauso de las barbaridades– no parecen el mejor camino para construir un relato que nos incluya a todos.

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