Pseudociencia vs. razón

¿Qué dicen las cartas?

Paradojas: aquí pedimos que nos tiren los naipes en una cafetería mientras, en Tanzania, los masái prefieren lecciones de geología

Unos masai juegan a fútbol en un poblado de Tanzania.

Unos masai juegan a fútbol en un poblado de Tanzania. / Archivo / Xavier Jubierre

Jordi Serrallonga

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Al regreso de Tanzania pasé por la residencia donde vive mi madre. Las cuidadoras y cuidadores –una escudería admirable– ya tenían la silla de ruedas en boxes; y a su pasajera, a falta de casco, con el gorro de lana encasquetado. La mascarilla, como en los duelos entre James Hunt y Niki Lauda, no era ignífuga pero sí antivirus. 

Agarré ambas manetas, calenté piernas, y con el semáforo en verde empujé el bólido –cuesta arriba– en dirección a la calle de Sants. El circuito es ancho, más cuando los domingos se cierra al tráfico y puedes correr junto a peatones, bicicletas y patinetes. La meta no era otra que la terraza donde a la jefa de filas le encanta tomarse un café. Le sonreí; habíamos hecho un buen crono. En busca del leopardo de las nieves de Ernest Hemingway, la reciente ascensión a la primera cumbre del Kilimanjaro –el Shira– supuso un plus de potencia: dopaje natural. Pero también de ganas de explicar, a la extraordinaria mujer que me parió, las vicisitudes ocurridas en tierra de los masái. No los conoce en persona, pero sí a través de mis relatos, o del brazalete de cuentas multicolores que le coloqué en su muñeca. Dice que pierde memoria –cosas de las enfermedades neurodegenerativas raras–, aunque jamás olvida quién la amó y la ama, ni que quiere su café con leche no en taza sino en vaso.

Estábamos los dos, frente a frente, cuando sacó una baraja del bolso. ¿Íbamos a jugar a las cartas? Hubiera sido la primera vez. No. Se trataba de un juego infantil; regalo de mi hermano para ejercitar la memoria. Repartí; ella señalaba una carta, yo la giraba. Y así repetidamente hasta que se hizo la hora y pedí la cuenta al camarero. Fue entonces cuando la señora de la mesa vecina me dijo: «¿Tira las cartas?». Soy científico y, menos de torero y astronauta (como diría Víctor Sellés), es cierto que he trabajado casi de todo mientras estudiaba; ahora bien, confundirme con un tarotista o pitoniso era la primera vez.

Confieso que me quedé en ‘shock’. Más cuando, pocos días antes, a los pies del Kilimanjaro, no fui requerido para tirar las cartas ni adivinar el futuro. Todo lo contrario: los masái locales plantearon una interesante pregunta científica sobre el pasado: «¿Qué son las siete colinas». Se dice que dichos guerreros y ganaderos solo viven el presente, y que toda su vida gira en torno a las vacas; pero este mundo anda revuelto y mientras por Occidente regresamos a charlatanes y supersticiones, un grupo de pastores masái parece haberse aficionado a la geología. 

La curiosidad que manifestaban era la misma que hubiese mostrado un científico o científica

En Sinya, Olmolog y Elerai tienen visto al ‘mzungu’ (blanco). Ya son más de 20 años por la zona. Desde Kambi ya Tembo –el Campamento de los Elefantes– salgo para estudiar a estos paquidermos, el comportamiento de los babuinos y las costumbres masái. Pero también observo piedras. Quizá por ello, con solemnidad, se atrevieron a lanzar la pregunta. Llevaban tiempo especulando con la idea de que en el interior de las siete colinas podían existir pueblos abandonados, o la tumba de personas importantes. Interesantes ambos razonamientos. Por un lado, los masái no practican enterramientos; por otro lado, es cierto que en las ‘bomas’ (poblados) la acumulación del estiércol de sus vacas hace que, abandonado el asentamiento, muchas veces sea bien visible un promontorio. Por lo tanto, la curiosidad que manifestaban era la misma que hubiese mostrado un científico o científica ante el encuentro con un accidente del relieve. Puse a prueba la paciencia de Cosmas –el intérprete– e intenté impartir una improvisada clase de geología que sirviera para explicar la formación de aquellas siete colinas. Y es que la llanura de Sinya parece un paisaje salido de los mapas de Tolkien. Acabé. Nos miramos, y dieron las gracias antes de emprender el camino.

Uno regresa a la jungla de asfalto y se encuentra que el terraplanismo está vivo; también el antievolucionismo o el racismo basado en datos falsos. Te ves rodeado de universitarios que afirman la existencia de ‘microrouters’ en las vacunas, incluso material genético perverso. Paradojas: aquí te piden tirar las cartas en una cafetería mientras los masái prefieren lecciones de geología. Como científico, ¿dónde tengo más futuro? ¿Qué dicen las cartas?

Suscríbete para seguir leyendo