Conocidos y saludados

Aragonès, en busca del tiempo perdido

A Pere Aragonès se le abre la gran oportunidad de empezar a demostrar que es el President republicano que ha venido para restituir el prestigio de la institución

Pere Aragonès, en el pleno del Parlament

Pere Aragonès, en el pleno del Parlament / ACN / BERNAT VILARÓ

Josep Cuní

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Si en algo es imbatible el independentismo catalán es en su capacidad de crear relatos, difundirlos, repetírselos, creérselos y conseguir que se consoliden en el discurso público de sus representantes. Hasta dibujar el imaginario que les lleva a estar convencidos de unos argumentos de laboratorio aunque la desbordada fantasía sea superada por la tozuda realidad. De las cifras, por ejemplo. 

Un año después de las elecciones del 14 de febrero, se insiste en el mantra de calificar sus resultados de históricos. Y lo son desde un punto de vista parlamentario gracias al aumento de diputados de la CUP pero ni mucho menos en el número de sufragios de los comicios anteriores, los de 2017, sobre los que las tres formaciones perdieron más de setecientos mil votos.

Pasó entonces que la victoria ni ejecutada ni aprovechada de Ciudadanos empujada por la inercia del artículo 155 recién aplicado, dio al secesionismo las alas que mantiene desplegadas. Y esto a pesar del éxito de los socialistas, cuatro años después, ocupando el primer puesto aunque solo añadiendo poco más de cuarenta y seis mil papeletas. Para el resto todo fueron rebajas. Pero lo que la abstención castigó, la ley d’Hodnt lo compensó con el reparto actual que, efectivamente, da al secesionismo una fuerza parlamentaria inédita que tampoco parece dispuesto a aprovechar. Le puede la inquina y la división que exhibe con impudicia y sin recato. La enésima prueba del algodón la hemos tenido esta semana al reconocer que no solo difieren en la táctica hacia la independencia, sino que no coinciden ya ni en la estrategia.

Lo ha constado el Molt Honorable Pere Aragonès i García (Pineda de Mar, 16 de noviembre de 1982) tras la ronda de contactos con los supuestamente afines para intentar reconstruir los puentes que deberían permitir recuperar la iniciativa y el terreno perdidos. Y regresar a la senda que, por otra parte, parecen dispuestos a no volver a pisar. Si el President buscaba esta escenificación para asegurarse de que lo que parecía es lo que había, tiene ahora vía libre para actuar como todo indica que desea. Al modo y manera que todavía no ha podido desarrollar porque no le han dejado. Ni los unos, ni los otros, Y a veces, ni los suyos. 

Al constatarse un año después que aquel día de San Valentín no supuso amor para siempre, ni romanticismo con fecha de caducidad, ni una pasión fugaz, ni un simple cruce de miradas seductoras, ni siquiera el nuevo retozo cibernético que sustituye la carne por su virtualidad, a Pere Aragonès se le abre la gran oportunidad de empezar a demostrar que es el President republicano que ha venido para restituir el prestigio de la institución. Y con él, el de Catalunya al margen de las legítimas veleidades y aspiraciones separatistas. Y preocuparse, con obras que son amores, de la totalidad de la sociedad que representa, ser interlocutor de un país maltrecho que ansía volver por donde solía, punta de lanza y mascarón de proa, envidiado positivamente y admirado sin contemplaciones. Abierto a cualquier diálogo. Y al mundo. Aquel lugar al que Catalunya pertenece pero donde hoy apenas se la reconoce. El mundo que, según la canción de Jimmy Fontana, gira en su espacio infinito, con amores que comienzan, con amores que terminan. Su noche muere y llega el día. Y ese día vendrá.

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