La izquierda que no sirve
Una de las razones del rechazo de ERC a la reforma laboral es que quiere seducir a los pequeños empresarios, a quienes el abuso de la temporalidad les ha ido muy bien, y que, juntamente con los funcionarios de la Generalitat son el nervio de las bases independentistas
Paola Lo Cascio
Profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.
Paola Lo Cascio
Massimo d' Alema, durante un debate después de la caída del primer Gobierno Prodi, allá por la segunda mitad de los años 90, declaraba que en su partido de formación –el mítico Partido Comunista Italiano-, le habían enseñado que había una izquierda que sirve –que se preocupa por los problemas reales de la gente trabajadora, asumiendo contradicciones y costes- y una que se queda en la estética, actúa narrativamente, pero es absolutamente inútil.
En la vicisitud de la conversión del decreto de la reforma laboral, Esquerra Republicana ha jugado a hacer ver que hacía de izquierda inútil, pensando que igualmente la reforma se aprobaría. Ha jugado a hacer ver, tampoco ha hecho. Porque, en esta ocasión, la dinámica estrábica a la que los republicanos nos tienen acostumbradas –en Barcelona, herederos del pujolismo, en Madrid, discípulos de Lenin-, queda, esta vez, más inverosímil que nunca. Los recelos y/o el voto negativo de Bildu pueden ser considerados un error político o un acierto según cómo se mire, pero tienen una explicación. En Euskadi, los sindicatos LAB y ELA –que son contrarios a la reforma- son mayoritarios, y la izquierda abertzale entiende –erróneamente o no–, que lo tiene que tener en cuenta.
Bildu hace tiempo que ha decidido jugar a la política estatal, pero su campo de acción continúa siendo Euskadi y parte de la convicción de que le puede damnificar adoptar un posicionamiento contrario a las organizaciones de los trabajadores mayoritarias en su territorio de referencia. La situación es bien diferente en Catalunya: la Comissió Obrera Nacional de Catalunya, encabezada por Javier Pacheco, y la UGT de Catalunya, encabezada además por Camil Ros (notoriamente próximo a los republicanos), han sido los grandes valedores del acuerdo y del texto del decreto presentado por el Ministerio de Trabajo de Yolanda Díaz. En las últimas elecciones sindicales en Catalunya, según datos de Idescat, la suma de los representantes de Comisiones y de UGT en Catalunya supera el 80%.
Técnicamente, pues, la opción de tumbar la reforma por parte de Esquerra Repúblicana ha ido claramente en contra de la posición enormemente mayoritaria expresada por las personas trabajadoras en Catalunya, a través de sus organizaciones representativas. Siempre que, como ha soltado en un pronto de sinceridad que hiela la sangre la diputada de Junts, Míriam Nogueras, no se consideren a estas organizaciones sindicales como catalanas, y por tanto se pueda prescindir de la opinión de la gente que milita y de las personas que las dirigen. Pero aquí se entra en la dimensión desconocida del esencialismo 'völkisch' que tiene que preocupar cualquier demócrata, y del cual una parte del independentismo y del nacionalismo catalán se esconde cada vez menos.
Descartada pues la hipótesis de que el voto contrario de ERC a la reforma laboral se fundamente en una posición más ambiciosa desde la izquierda –aunque fuera por un impulso estético-, quedan abiertas las hipótesis en torno a las razones que explican este posicionamiento. Como siempre, parecen ser más de una.
La primera es la típica de la ficción 'procesista': la necesidad constante de vender, ante el electorado independentista, la distancia frente al Gobierno central. La segunda es la voluntad de manchar y golpear el liderazgo ascendente de Yolanda Díaz, que perciben como una amenaza porque, al menos en parte, el espacio de los 'comuns' y de Unidas Podemos, especialmente en unas generales, es fronterizo con algunas franjas del electorado de ERC. La última razón es de más sustancia: como ha recordado Enric Juliana, Esquerra quiere seducir a los pequeños empresarios catalanes, a quienes el abuso de la temporalidad les ha ido muy bien, y que, juntamente con los funcionarios de la Generalitat (el único sector donde la Intersindical, la central nacionalista también contraria a la reforma, tiene representación significativa), son el nervio de las bases del independentismo.
Es difícil saber si la decisión de los republicanos será favorable a sus intereses. A buen seguro, de momento, ha hecho evidente que la cortina de humo –este sí que es humo– de querer presentar su voto contrario como una opción pura y de izquierdas no ha sido suficiente para tapar la cara de verdadero miedo de Gabriel Rufián en el Congreso, cuando parecía que la reforma embarrancaría. El vivo retrato de la frivolidad.
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