Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial
Editorial
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Un nuevo bachillerato
La etapa secundaria posobligatoria no es solo una fase preparatoria para el acceso a la universidad, pero tampoco debe dejar de serlo
El Departament d’Educació enviará en los próximos días un borrador que reformula cómo se deberá abordar en Catalunya el bachillerato, la etapa de dos años posterior a la secundaria obligatoria (ESO). El nuevo currículo prevé un nuevo bachillerato general, que no predetermina desde el día en que el alumno de 16 años de ESO se matricula cuál debe ser su itinerario académico posterior. Y sobre todo, un replanteamiento de las materias que prima la adquisición de competencias a la de conocimientos, que podría resumirse diciendo que no aspira a que todos los alumnos alcancen un nivel determinado (máximo o mínimo, según se entienda) sino el nivel máximo al que puedan acceder. Y que no reproduzcan contenidos que pronto olvidarán sino que aprendan a solucionar problemas, tareas y debates, los que se les plantee ahora o los que encuentren en el futuro.
La primera dificultad con la que se encontrará la iniciativa es la del tiempo. No sobra, sino todo lo contrario, para someter la propuesta a consulta, rematar y aprobar el decreto que debe concretarla y ponerla en marcha el próximo curso. Especialmente si es necesaria una labor de formación entre un profesorado –y aquí viene un segundo escollo– dividido sobre la filosofía del cambio que se le plantea. No todos los equipos educativos de secundaria comparten los planteamientos de los técnicos educativos que la han diseñado y de los centros que sí han asimilado la práctica de la formación enfocada en procesos y habilidades generalizada en la primaria y de implementación desigual y discutida en la ESO. Ni parece inmediata la intención de las universidades de adaptar las pruebas de acceso a la universidad.
La reforma, para empezar, es necesaria. El bachillerato debería ser, en la actual estructura del sistema educativo definida en la ya lejana Logse y solo retocada en sucesivos vaivenes normativos, algo más que una etapa preuniversitaria orientada a la superación de las pruebas de acceso y al descarte de los alumnos a los que no se considera preparados. Sin olvidar que no debería plantearse como la única vía de éxito tras la ESO, un equívoco que perjudica el necesario prestigio de la FP de grado medio. Es una etapa que debería formar e integrar, no frustrar, y ofrecer los instrumentos que requieren los alumnos que puedan aún no tener claro su futuro académico o que puedan orientarse hacia otras formas de formación profesional superior. Y aquí el actual bachillerato tiene muchísimo margen de mejora. Como también (esta etapa y la secundaria en general) en ofrecer unas bases comunes de cultura científica, conocimiento de nuestro pasado reciente o comprensión de valores cívicos y democráticos.
Otra cuestión es la orientación pedagógica que inspira la reforma. El bachillerato no debe ser solo la etapa preparatoria para el acceso a la universidad, pero debe seguir siéndolo también. Los defensores del nuevo modelo consideran que, aplicado de forma exigente e innovadora, puede hacer de los alumnos ciudadanos más críticos y mejor equipados académicamente para plantearse retos, desembarazándose de aprendizajes mecánicos y poco motivadores. Pero debería hacerse una evaluación sin apriorismos de qué resultados han dado este enfoque, u otros más tradicionales, en la primaria y la ESO. La innovación exige también exigencia y ambición, y romper rutinas acomodadas. Pero no puede convertirse en todo lo contrario, en una renuncia cómoda al conocimiento y el esfuerzo.
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