Recuerdos

San Valentín, 1960

Digo adiós a los abuelos y me los imagino jóvenes al otro lado del teléfono, cogidos de la mano desde aquel primer baile

pareja

pareja / 123RF

Natàlia Cerezo

Natàlia Cerezo

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace una mañana cálida, primaveral, aunque solo sea febrero. Llamo a mis abuelos maternos para preguntarles cómo están mientras voy a buscar el autobús. Paso por delante de una pastelería con corazones en el escaparate, bombones, pasteles, Cupidos de plástico, y le pregunto a mi abuelo cuánto hace que se casó con la abuela.

-El 24 de enero cumplimos 62 años juntos -contesta. No ha tenido que pensárselo, en cambio, vacila cuando le pregunto cómo era ligar en aquellos tiempos.

Antes no era como ahora, dice finalmente. "Antes nos juntábamos los domingos para bailar con una gramola y un tocadiscos, y le pedías un baile a la chica que te gustaba, y si ella ya tenía novio te contestaba que ya los tenía reservados. Pero aun así no podíais bailar mucho juntos porque si bailabas más de dos canciones la gente criticaba. Eran bailes amorosos". Pronuncia amorosos con su acento de Jaén, y me echo a reír y le pregunto qué quiere decir.

-Nos cogíamos de las manos, nos abrazábamos... cosas de esas. Lo que pasa en la juventud -y también se echa a reír.

-Y bailábamos el “Cachito, cachito, cachito mío” -dice la abuela Sisca, que a pesar de estar sorda lo pilla todo. Le arrebata el teléfono al abuelo y me cuenta lo que ya sé pero que nunca me canso de escuchar: que vivían en la misma calle de Lahiguera cuando eran pequeños, pero que no se conocieron de verdad hasta que llegaron al mismo pueblo de Catalunya a trabajar, ella a servir en casa del poeta de Castellar y él a repartir gaseosas. Un domingo por la tarde el abuelo le tendió la mano para sacarla a bailar.

-Lástima que los años pasen tan rápido -dice la abuela con severidad-. Pero mientras podamos ir solos al baño, que nos tenga Dios. Y cuando se muera uno, el otro detrás.

-Ea -escucho que dice el abuelo.

Ya he llegado a la parada y tengo que colgar, les digo adiós y me los imagino jóvenes al otro lado del teléfono, el abuelo con pelo, la abuela con su sonrisa pícara, cogidos de la mano desde aquel primer baile, hace más de 60 años. 

Suscríbete para seguir leyendo