Eurotensión
Resulta que ahora el honor del país descansa en apenas tres minutos de 'canción ligera', que es como siempre se ha calificado al tipo de música que acude a esos concursos
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
Lo siento. Lamento tener que sumarme a la espesa tabarra de estos días, porque doy por hecho que muchos de ustedes estarán, como yo, hartos de tanta palabrería a propósito de lo sucedido en Benidorm recientemente. Pero no quisiera pasar por alto algunas consideraciones que no he visto reflejadas, todavía, en el debate (?). Como ustedes, ando yo también alucinado por tanta reacción extrema. Por tanto fuego cruzado. Y no me refiero a ese bosque descontrolado, territorio de pirómanos, que dicen que son las redes sociales, sino a todas esas instituciones superiores que han bajado a la arena con el cuchillo entre los dientes. Señores del Congreso, de los Gobiernos autónomos, de los partidos, de los sindicatos, ¿de verdad hace falta entrar en combate por cosas como esta? ¿De verdad creen ustedes que la dignidad del país descansa en una teta, tres panderetas y algún que otro golpe de cadera, más o menos excitante? Seamos serios.
Durante años no he oído sino descalificaciones hacia el festival en cuestión. Que si una pérdida de tiempo y de dinero, que si una frivolidad irrelevante, que si carnaza para friquis. Y resulta que ahora, de repente, ¡oh, Dios!, el honor del país descansa en apenas tres minutos de 'canción ligera', que es como siempre se ha calificado al tipo de música que acude a esos concursos. El festival de Eurovisión empezó siendo un certamen musical que con el tiempo ha devenido, es justo reconocerlo, en un extraordinario espectáculo. Un derroche de luz, sonido y efectos especiales que en ocasiones puntúan más, mucho más, que la propia inspiración musical. Un buen ejemplo de entretenimiento televisivo. Un alarde de realización, con meritorias dosis de experimento y osadía. Un espectáculo. Y para todo espectáculo es necesaria una estrella. Chanel, que viene de grandes noches de teatro musical, de muchas clases de canto, de largos y sacrificados ejercicios en la barra de ballet, curranta de años y ensayos, es esa estrella. Sin desmerecer por ello a las otras dos finalistas, cuyos méritos e intenciones, muy respetables, tienden más al compromiso que al glamur y a las que preocupa más, creo entender, el mensaje que el mensajero.
Y en cuanto al desdén hacia la letra y el mensaje de 'SloMo', cuidado. Ni tan banal como dicen algunos, ni tan simplona como aducen otros. ¿Les sorprendería si les dijera que está en la mejor tradición de lo que cantaron con deleite nuestros padres, abuelos y bisabuelos? Pues, sorpréndase. Porque “la reina, la mami, la dura,/ la que vuelve loquitos a todos los 'dadies'” que describe Chanel, se diferencia en muy poco (o en nada) de aquella que en otro tiempo afirmaba: “me salen a diario novios a millares,/ como monigotes vienen tras de mi/ y a todos los hago que bailen así”. Y porque el “mo, mo, mo/dooom, doom/zoom, zoom” de la primera, no es más vergonzante ni de peor calidad literaria que el “cata-catapún, catapún, catapún/ cata-catapun, catapún, pun, candela” con el que remataba el estribillo la genial Lilian de Celis.
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