Fragilidad parlamentaria

La filigrana junto al abismo de PSOE y ERC

El pacto entre unos y otros parece poco más que un acuerdo de supervivencia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, el pasado 25 de noviembre de 2021, en el acto de firma del acuerdo para la elaboración de un nuevo dictamen del pacto de Estado contra la Violencia de Género.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, el pasado 25 de noviembre de 2021, en el acto de firma del acuerdo para la elaboración de un nuevo dictamen del pacto de Estado contra la Violencia de Género. / JOSÉ LUIS ROCA

Jordi Mercader

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Las acrobacias ofrecidas estos días han superado largamente el habitual espectáculo parlamentario plagado de frases teatrales. Sus señorías han invertido a conciencia en el desprestigio de su propio negocio, la credibilidad sobre la que descansa la confianza que les otorgan los electores. En esto no hay diferencias ni singularidades entre el Congreso de los Diputados y el Parlament de Catalunya.

La pillería parlamentaria del Gobierno de Sánchez para hacer aprobar el absurdo decreto ley de la mascarilla obligatoria, que decaerá en una semana, gracias al ‘pack’ con la revalorización de las pensiones; la burla 'urbi et orbi' protagonizada por Laura Borràs a cuenta de una falsa desobediencia para defender un escaño indefendible, o el transfuguismo de los diputados de UPN son ejemplos de naturaleza y gravedad diferentes, pero todos responden a la misma política: el abuso de confianza. Un abuso practicado a sabiendas de la existencia entre sus respectivos electorados de un segmento de seguidores acérrimos a quienes todo lo que hacen sus líderes les parece fantástico, lo que en fútbol denominaríamos fanáticos del equipo.

El fútbol también le ha prestado a la política la táctica del resultadismo. Esta, trasladada a la gestión de los intereses públicos, tiene sus ventajas ‘ad hoc’ y ofrece serios inconvenientes a medio plazo. El más grave, el actuar como motor del distanciamiento entre política y sociedad. Al distanciamiento le sigue la desafección popular y esta crea las condiciones favorables para dinamitar la credibilidad de las instituciones y socavar la autoridad democrática imprescindible para gobernar. Es un clásico de la teoría política que suele combatirse fortaleciendo la estabilidad de los gobiernos con mayorías parlamentarias sólidas y coherentes con las exigencias de las circunstancias.

Y en esto, en España, comprendida Catalunya, no se acaba de dar con la tecla. A la falta de experiencia en los gobiernos de coalición, una fórmula que a priori debe enriquecer la política transversal, se ha sumado una praxis desalentadora. La aprobación por los pelos de la reforma de la reforma laboral aprobada en su día por el PP ha certificado la volatilidad de los pactos que deberían asegurar la estabilidad. La crónica política de los últimos años vive de la exhibición diaria y casi obscena de las discrepancias entre PSOE y Unidas Podemos y entre ERC y Junts. Sin embargo, la votación sobre una decisión de la trascendencia social y económica de la legislación laboral ha entronizado la contemporización de la deslealtad como sucedáneo de pacto.

PSOE y ERC están en las antípodas del proyecto de España. Unos defienden la unidad y otros suspiran por romperla. Los socialistas son un partido de Estado, entrenado en la negociación y en la concesión permanente que exige la gobernabilidad, mientras que los republicanos están descubriendo las ventajas de detentar el poder, aunque solo sea autonómico. Unos y otros creyeron que este pacto podría ser un ejemplo de ‘realpolitik’. De momento, parece poco más que un acuerdo de supervivencia y de ralentización de una historia desenfrenada justamente por ERC y sus socios en Catalunya.

La contradicción entre los objetivos de ERC y PSOE es indiscutible, tanto como el desequilibrio de los beneficios obtenidos del acuerdo (unos, los votos necesarios para gobernar el Estado; los otros, palabras conciliadoras para mantener viva una ilusión). Esta descompensación favorece las reticencias que, hábilmente magnificadas por los adversarios, parecen empujar a los aliados a expresar continuamente la desconfianza que se profesan.

Los socialistas han optado habitualmente por la sordina y los republicanos por el mensaje viperino. Con una u otra fórmula buscan tranquilizar a sus bases y a sus adversarios, sin embargo alientan irremediablemente la inestabilidad. Hasta que un día se rompa el cántaro definitivamente, sea porque habrá llegado el día de la verdad de la mesa de negociación o porque el miedo escénico que provocan Junts y PP (y sus poderosos amigos mediáticos y corporativos) se convierta en insoportable. Aquel día habrá que hacer balance de si habrá valido la pena tanta filigrana.

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