Juegos de invierno

Pesimismo olímpico

En las presentes circunstancias de la política catalana el precio de no sufrir un desgaste excesivo consiste en renunciar a cualquier iniciativa

Pere Aragonès, en el pleno del Parlament

Pere Aragonès, en el pleno del Parlament / ACN / BERNAT VILARÓ

Xavier Bru de Sala

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Ya tenemos suficiente experiencia como para saber que la especialidad del president Aragonès consiste en sacudirse las pulgas. Como no hace mucho en la ampliación del aeropuerto, cuya inversión pasó como una estrella fugaz sin dejar otro rastro que no fuera el de la frustración de la mayoría del Parlament, es de temer que los Juegos de Invierno se fundan antes de empezar los preparativos para la candidatura. Ni en un caso ni en el otro se ha sabido lo que pensaba de verdad el 'president', ni si estaba a favor o en contra ni si se proponía amarrar las inversiones o prefería dejarlo correr. En el caso de El Prat la laguna de La Ricarda servía de parapeto para no tomar partido -fuera favorable o contrario- ni darlo todo para conseguir su propósito. Ahora resulta que el territorio, es decir, las comarcas afectadas no se sabe si favorablemente ,deben decidir. Lástima que lo de organizar una consulta oficial resulte demasiado complicado. Se acabe como se acabe, y es de suponer que mal si no hay candidatura y bien si la hay, o viceversa, lo único que podemos dar por sentado es que Aragonès no piensa salir perdiendo en ninguno de los casos. Tampoco ganando, por supuesto. La cuestión es ir surfeando sin sufrir daño desde y hasta la seguridad del despacho, aunque sea al precio de terminar mandato sin haberse colgado ninguna medalla en el cuello, si no es la de campeón en la competición de escurrir el bulto.

La culpa siempre es de los demás. La divisa presidencial: 'más vale no-mérito que demérito'. En las presentes y duras circunstancias de la política catalana el precio de no sufrir un desgaste excesivo consiste en renunciar a favorecer cualquier iniciativa, en gestionar un grisáceo día a día en vez de liderar, en dar vueltas al circuito en vez de dirigirse más que a ninguna parte. Siempre queda el consuelo de que es mejor quedarse quieto donde estás, a cubierto. Ni defender causas nobles ni empecinarse en causas perdidas. Tal y como van las cosas en el Parlament, la alternativa es ir de mal en peor.

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