Polémica

Ay, Eurovisión

Actuación de Chanel en la final del Benidorm Fest

Actuación de Chanel en la final del Benidorm Fest / RTVE

Mónica Vázquez

Mónica Vázquez

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No sé por qué sigo teniendo esperanza. No comprendo cómo después de tantos años y de mi experiencia personal (que esa es otra historia para otro día) soy capaz de sentarme delante del televisor con la ilusión de un niño en la noche Reyes, abrazada a una esperanza incandescente que parece decidida a sobrevivir los continuos ataques del cínico sentido común que la mediocridad humana me ha enseñado a esgrimir en defensa propia. Quizá es que yo, como España, no aprendo a mirar por dónde voy, por muchas veces que me tropiece con la misma piedra.

Quizá debería aprender a dejarlo pasar. Quizá debería rendirme y aprender a vivir en la superficie de las apariencias como lo hace el conjunto de la sociedad, trasplantándome las córneas por un filtro de Instagram. Pero me invade una pena ansiosa, una rabia melancólica que me tiene escuchando en bucle la canción que debería haber ganado este año el Festival de Benidorm para representar a España en Eurovisión, y no quiero resignarme a que me dé igual. Y es que, como viene siendo tradición, este es otro año más en el que podíamos haber mandado una propuesta estupenda a Eurovisión y, en su lugar, caemos víctimas del silencioso saber hacer del negocio musical. 

Chanel Terrero, bailarina, actriz y ahora también cantante, nos representará en Eurovisión con la canción 'SloMo', un tema compuesto por Leroy Sánchez, Keith Harris, Ibere Fortes, Maggie Szabos y Arjen Thonen, que suena a… todo lo demás. Una letra vacía y una melodía repetitiva elevada por encima de sus posibilidades gracias a una coreografía agresivamente comercial, un vestuario cuidado y el carisma de una intérprete entregada que, sinceramente, se merecía algo mejor. Hay quien dice que ya era hora de que fuera España la que llevase el toque latino a Eurovisión, y estoy de acuerdo con eso. Creo que esta hubiese sido una gran propuesta hace cinco o seis años, antes de que el mundo nos acribillará con infinitas versiones de la misma canción. 

Rigoberta nos dejó en bandeja la que debería haber sido una victoria rotunda para una canción deliciosamente compleja en su sencillez, una canción viva, trascendente, original y redonda

Le pese a quien le pese, 'eurovisivo' y 'comercial' no son sinónimos, y en el Festival de Benidorm 2022 solo había tres propuestas realmente eurovisivas, es decir: canciones pegadizas con encanto e impacto. 'Ay, Mamá' de Rigoberta Bandini, 'Terra' de Tanxugueiras, y 'Rafaella' de Varry Brava. Tanxugueiras trajeron al Festival la opción artística y cultural que llevábamos años soñando. Con la potencia de sus voces y la contundencia de su presencia en el escenario me robaron una lágrima de orgullo y satisfacción por ver un trabajo ajeno tan bien hecho. Los Varry nos hicieron bailotear al ritmo de una nostalgia bien entendida y un sonido ochentero muy bien traído a un presente quemado de sintetizadores saturados. Y Rigoberta nos dejó en bandeja la que debería haber sido una victoria rotunda para una canción deliciosamente compleja en su sencillez, una canción viva, trascendente, original y redonda.

Que algo sea fácil de vender no quiere decir que vaya a ser una buena propuesta para Eurovisión. Se creen algunos que el público eurovisivo son adolescentes condenados a las tendencias de TikTok, pero ni los adolescentes son tan marionetas, ni son el público mayoritario de Eurovisión. Somos los Millenials, cansados de la vida y desilusionados con nuestro trabajo, los que contamos los días para el festival de la música europea, soñando con una noche de lujuria artística y purpurina. Rondamos los 40, y queremos que Europa nos seduzca con una noche llena de guiños culturales, estribillos asesinos y flecos de colores. Y si algo se ha visto en los últimos años es la clara tendencia de voto al producto con alma. Queremos algo que nos remueva por dentro, al tiempo que nos entretiene. A veces queremos dar palmas, y a veces queremos escuchar a un muchacho melancólico cantando al piano. No hay receta mágica para acertar en Eurovisión, eso es verdad. Pero si algo tienen en común las canciones que ganan es que se quedan contigo allá a donde vayas. Hagas lo que hagas, no te las puedes quitar de la cabeza. Y no sé vosotros, pero yo por mucho que lo intente, no soy capaz de recordar la melodía de 'SloMo'. Eso sí, llevo dos días tarareando 'Ay, Mamá' de Rigoberta Bandini a media voz, sin darme cuenta, bailando flojito una canción que siempre será absolutamente perfecta.

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