Barcelona apocalíptica
Guste o no a la patronal, una mayoría de peatones, ciclistas, o simplemente habitantes aplaude con entusiasmo que se vaya apartando al coche contaminante, ruidoso y peligroso de las calles, y se empiece a priorizar por fin la vida sostenible y sana por encima de los intereses de cualquier industria
Ernest Folch
Editor y periodista
"Las 'superilles' de Barcelona llevarán al paro a 25000 personas y causaran pérdidas en la restauración por valor de 3500 millones de euros". Aunque lo parezca, este no es el titular de un tabloide amarillo digital cualquiera sino el comunicado oficial que hizo público el pasado sábado una institución centenaria como Foment del Treball, convertido de repente en un agitador, por no decir en un opositor. Porque es normal y comprensible que una entidad privada como Foment, que representa a centenares de empresarios, quiera actuar como 'lobby' y no esté de acuerdo con lo que decide un gobierno a sus antípodas ideológicas. Lo que no es normal es que emplee un tono sorprendentemente radical, beligerante y catastrofista, impropio de gente que se autodenomina de orden. Es hasta cierto punto normal que Foment, como es tradicional, proteja el coche y la economía tradicional. Lo que no es normal es que ignore la realidad obviando deliberadamente que, en el último barómetro de la ciudad, un espectacular 75% de los barceloneses encuestados se mostraban a favor de reducir el tráfico motorizado, como tampoco es normal omitir que un reciente informe de la ONU puso estas supuestamente terroríficas 'superilles' como un "ejemplo" de cara al mundo contra el cambio climático, o que la actuación a favor de la sostenibilidad en Barcelona ha recibido menciones notables en periódicos poco sospechosos como 'The Guardian' o 'The New York Times'. Y es muy normal que Foment opine sobre el devenir de la ciudad, pero no es normal que se dedique a hacer futurología barata, acientífica e imposible de probar sobre las consecuencias de algo que todavía no existe, como la 'superilla del Eixample', y omita datos objetivos, como por ejemplo que Barcelona es hoy la 18a ciudad más competitiva del mundo y la 7a de Europa (según el prestigiosa Global Power City Index), un Índice que curiosamente no cita y que es imposible que desconozca.
Digamos que las profecías de Nostradamus contrastan con la visión que una parte influyente del mundo tiene de la ciudad. Es decir: se protesta de manera reaccionaria contra cualquier cambio en la movilidad pero se pasa por alto que una clara mayoría de los que viven en Barcelona, a diferencia de los que solo vienen a trabajar, está a favor de limitar el coche y de tomar medidas a favor de la sostenibilidad. No deja se de ser curioso que sean unos representantes de los empresarios (los que siempre nos dicen que los mensajes radicales son enemigos de los negocios) los que deslizan deliberadamente la imagen de una Barcelona apocalíptica. Guste o no a la patronal, una mayoría de peatones, ciclistas, o simplemente habitantes aplaude con entusiasmo que se vaya apartando al coche contaminante, ruidoso y peligroso de las calles, y se empiece a priorizar por fin la vida sostenible y sana por encima de los intereses de cualquier industria.
No, Barcelona no es hoy ninguna 'rara avis': las soluciones que está proponiendo se parecen mucho a las que ya han tomado y están tomando ciudades como París, Nueva York, Berlín o Copenhage. Esto no quiere decir que no se tomen decisiones equivocadas (como por ejemplo, el desconcertante espacio peatonal de la Via Laietana o el pésimamente comunicado carril de Consell de Cent), pero es difícilmente discutible que el rumbo que ha emprendido Barcelona hacia la movilidad sostenible es imprescindible para aumentar la calidad de vida de sus habitantes, y está en consonancia con lo que hacen las otras grandes urbes del mundo. Quizás lo que demuestra todo esto es que cuando nace un nuevo mundo hay siempre otro que se resiste a morir.
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