El miedo de la Iglesia
¿Por qué se niegan los obispos españoles a la creación, como ha ocurrido en otras partes, de comisiones independientes que investiguen los abusos sexuales?
Joaquín Rábago
Periodista.
Joaquín Rábago
¿De qué tiene miedo nuestra Iglesia? ¿Teme acaso que ese cerca de un millar de casos de abusos sexuales a cargo de religiosos conocidos sean solo la punta del iceberg, como suponemos muchos?
¿Teme que sean en realidad decenas de miles los menores de los que sus tutores abusaron, aprovechando cobarde y arteramente su posición de autoridad?
¿Por qué se niegan los obispos españoles a la creación, como ha ocurrido en otras partes, de comisiones independientes que investiguen lo ocurrido?
¿Por qué algunos partidos parecen resistirse incluso a que se constituya al mismo tiempo en el Congreso, que es la representación de todos los ciudadanos, una comisión de investigación, tal y como reclama la izquierda?
Les ha ido muy bien a nuestros obispos con el trato de favor que les ha dispensado siempre el Estado, gracias entre otras cosas a unos concordatos con el Vaticano que no tienen ya razón de ser, que son una antidemocrática antigualla.
Hemos visto cómo, por otro lado, esa misma Iglesia se ha dedicado a inmatricular propiedades con la complicidad de la derecha y en una demostración más de que, pese a las palabras de quien sus fieles adoran, su reino sí es “de este mundo”.
La Iglesia, digámoslo claramente, se ha quedado con miles de bienes que no eran suyos y que en muchos casos nada tienen que ver con la práctica religiosa, actuación que no solo condenan nuestras leyes, sino también ese Evangelio que tanto predican.
¡Como si no tuviera suficiente la Iglesia con todo lo que ya posee! Basta darse una vuelta por cualquiera de nuestras ciudades para ver su abrumadora omnipresencia.
Mi vivienda madrileña, por ejemplo, se encuentra en un barrio próximo a la Universidad Complutense y que muchos apodan burlonamente 'el Vaticano': es tal el número de escuelas, residencias y colegios mayores pertenecientes a órdenes religiosas.
Estamos por fortuna en una democracia, aunque imperfecta, vivimos en un Estado que se proclama aconfesional, pero la Iglesia, al menos sus jerarcas, sigue actuando como si estuviéramos todavía en la Edad Media.
¿De qué tiene miedo la Iglesia? ¿Por qué sigue insistiendo, contra toda evidencia, en que los casos de pederastia, los abusos de menores que hemos podido conocer gracias solo a la labor periodística son solo unos incidentes aislados?
¿Hay que recordarles todavía a obispos y religiosos los diez mandamientos, esos que ellos mismos enseñan desde el púlpito y en los colegios, y que dicen cosas como “no darás falso testimonio ni mentirás”, “no cometerás actos impuros” y “no robarás”?
Creo que ha sido demasiada la tolerancia, cuando no complicidad, mostrada por nuestros grandes partidos con una Iglesia a cuyo mantenimiento contribuimos los ciudadanos, querámoslo o no, con nuestros impuestos.
Cuando el presidente de la comisión independiente creada en Francia presentó su informe, que hablaba de 330.000 casos de abuso sexual de menores por sacerdotes y otros religiosos, el papa Francisco expresó públicamente su “vergüenza” y la de la Iglesia católica en su conjunto.
Nuestros obispos no parecen, sin embargo, darse por enterados: en algunos casos han culpado incluso cínicamente de lo sucedido a la sociedad, por la proliferación sexual que dicen observar a su alrededor. ¡Como si ello sirviera de justificación!
Sí, ¿de qué tiene miedo la Iglesia? ¿Ha olvidado también aquello que dijo también el Jesucristo de los Evangelios, dirigiéndose a quienes creían en él, de que “la verdad os hará libres”?
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