El precio de la guerra
Supongo que quienes ordenan los conflictos armados no serán violados, ni vendidos ni temerán perder sus vidas ni arruinarán para siempre su futuro
Ana Bernal-Triviño
Profesora de la UOC y periodista.
Hemos llegado al Día de la Paz con tambores de guerra, por el conflicto entre Ucrania y Rusia. Estos días no dejo de leer y escuchar análisis sobre el origen de todo y las motivaciones geopolíticas. El desglose de cada hecho y las consecuencias económicas que podría tener, incluso, para toda Europa. Pero escucho muy poco el otro lado que, de producirse esta guerra, ocurrirá. Del impacto social poco se habla. Cada vez que la tensión lleva a poner sobre el escenario la opción de una guerra, todo el mundo, aunque pensara que es algo lejano a su vida, debería temblar.
Los responsables lanzan a la guerra a una población civil que se encontrará entre la espada y la pared y que necesitará huir. Luego veremos las colas de refugiados y cómo parte del resto de los estados miran de lado a quienes huyen. Luego vendrán también las consecuencias en los más débiles, las personas ancianas y la infancia. Los primeros, porque ya no cuentan y sus muertes no importan. Los segundos, porque habrá que explicarles qué ocurre (si eso se puede) mientras se truncará su educación, sus amistades y serán carne de cañón para el abuso sexual y la trata. ¿Recuerdan aquel titular de que 10.000 niñas y niños de Siria desaparecieron al llegar a Europa?
Y luego ocurrirá lo de siempre en cada conflicto: el ataque a las mujeres. En una guerra, el cuerpo de la mujer siempre es un botín de guerra, un objeto de conquista al que menospreciar o violar. Y es algo que ya ha estado sucediendo, porque este conflicto ya arrancó en 2014. En 2016 ya se denunciaron violaciones a menores grabadas en móviles de ultranacionalistas ucranianos, y un movimiento en redes sociales de mujeres rusas y ucranianas ya denunciaron la violencia sexual que sufrían. Rusia, un país sin ley de violencia de género que silencia los feminicidios, donde hay 20 veces más de los que reconocen las cifras oficiales, y donde la violencia doméstica dejó de ser parte del Código Penal. Ahora solo es una multa administrativa. La pobreza y la impunidad deja a las mujeres solas y vendidas. Buscando información para esta columna, leo agencias de “parejas ucranianas”, donde justifican que estas mujeres son mejores porque “son más pobres y salen más baratas”. Pura mercancía.
Supongo que quienes ordenan las guerras no serán violados, ni vendidos ni temerán perder sus vidas ni arruinarán para siempre su futuro. Visto así, se entiende por qué deciden lo que deciden.
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