El trasluz

En fin

La monarquía española es un volcán que no dejar de escupir lava ni de colapsar sobre sí misma

El rey emérito Juan Carlos I, saludando, en una imagen de archivo.

El rey emérito Juan Carlos I, saludando, en una imagen de archivo. / LEGAN P. MACE / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Juan José Millás

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La monarquía española es un volcán que no dejar de escupir lava ni de colapsar sobre sí misma. Escupe y colapsa, escupe y colapsa, escupe y colapsa. Cuando no escupe, sufre movimientos sísmicos que producen grietas en los hogares españoles.

- ¡Ahí están otra vez esos temblores! -exclama la esposa.

-Sí, debe de ser el Emérito. ¿Qué ocurre ahora? -dice el esposo, sujetando un jarrón a punto caer.

-Que se ha hecho amigo de un vendedor de armas perseguido por Hacienda. Hay una orden de busca y captura contra él

El volcán calla un rato y los españoles volvemos a lo nuestro. Parece que hay una parte mínima de la monarquía que se mantiene sana y aislada del resto del grupo familiar: Felipe VI, la reina Letizia y sus dos hijas. Los políticos intentan colocar un cordón sanitario a su alrededor para proteger del contagio a esas cuatro personas que encarnan, milagrosamente, la estabilidad del país. Aún así, y hoy por hoy, esa monarquía jibarizada produce más problemas de los que soluciona. Vivimos demasiado pendientes de ella, de sus aventuras y desventuras, de sus urdangarines y cristinas, de sus elenas y de ese chico que ahora no me viene, el nieto y el sobrino, el hijo de Marichalar. ¿Cómo era? Un momento que lo miro. Aquí está: Felipe Juan Froilán, el del tiro literal y metafórico en el pie

Mucha lava ardiente, en fin, mucho comunicado absurdo sobre el cese de la convivencia, mucha colada roja deslizándose en ríos infinitos desde las alturas de la institución. He ahí uno de esos volcanes que se devoran a sí mismos debido a que la porquería acumulada en el cráter, al solidificarse, y por efecto de la gravedad, cae sobre sí misma y se autodestruye, mientras la opinión pública se pregunta si la corona está para que la ayudemos o para que nos ayude. A ver si los buenos (y caros) colegios que le estamos pagando a Leonor sirven de algo, ojalá que sí, porque no se puede sobrevivir durante mucho tiempo a este tsunami de noticias monárquicas que nos zarandean desde la noche a la mañana. Lo decimos desde la pena, desde la lástima, desde la solidaridad incluso, pero también desde la más profunda de las indignaciones. En fin.

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