Putin no es nuestro amigo

El presidente ruso, Vladímir Putin, durante la rueda de prensa anual en Moscú.

El presidente ruso, Vladímir Putin, durante la rueda de prensa anual en Moscú. / EVGENIA NOVOZHENINA

Ramón Lobo

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Vladímir Putin no es de izquierdas; la Rusia que gobierna con mano de hierro desde diciembre de 1999, tampoco. Es un país cada vez más conservador que persigue a los homosexuales, a las feministas y a los disidentes. El periodismo libre se paga con la muerte. Anna Politkovskaya es una de los 58 informadores asesinados entre 1992 y 2022, según el Comité para la Protección de los Periodistas.

La población vive bajo la propaganda de un sincretismo casi kitsch y contradictorio entre los pasados zarista y comunista, convertidos en el motor de la nueva Rusia que ansía revivir viejas glorias. Hay un regreso a un nacionalismo cristiano-ortodoxo, el alma de la nación, en el que Nicolás II, el último zar asesinado por los bolcheviques, es un santo.

Putin es un autócrata que aplasta rebeliones (Chechenia) e invade países exsoviéticos. Lo ocurrido en Osetia del Sur y Abjasia (Georgia) en 2008 se parece a la crisis de Ucrania que arranca en 2014 en las provincias de Donetsk y Lugansk, donde mandan las milicias prorrusas. El Kremlin no cree en la independencia de Ucrania, la considera parte de la Rusia mítica. No se trata de un conflicto ideológico entre izquierda y derecha.

"Vladímir Putin no es de izquierdas; la Rusia que gobierna con mano de hierro desde diciembre de 1991, tampoco. Es un país cada vez más conservador que persigue a los homosexuales, a las feministas y a los disidentes"

La insurrección de Euromaidan

Ucrania ha tenido un viaje similar: cada vez más conservadora y con la religión como parte del alma nacional. Sería un error reducir la insurrección popular de 2014, llamada Euromaidan, a un asunto de neonazis, pese a que el grupo extremista Pravy Sektor tuvo un papel clave en los primeros días. Aunque son un movimiento minoritario, las autoridades de Kiev tampoco son un ejemplo democrático. Hay extrema derecha en ambos países.

La respuesta de Putin al derrocamiento del Gobierno del proruso Viktor Yanukovich fue doble: la invasión y posterior anexión de Crimea y azuzar una guerra en Donetsk y Lugansk. Moscú presionó a las nuevas autoridades con cortes de electricidad y gas para lograr la reinstauración de un régimen favorable. El resultado ha sido el contrario al buscado: el 81% de los ucranianos ven hoy a Putin como una amenaza. Se ha producido un corte emocional, cultural y político.

El presidente ruso juega al ajedrez, mientras que Joe Biden responde con maneras de póker. El periodista de la BBC, Ros Atkins, sostiene que el órdago de Putin se basa en dos factores: la catastrófica retirada de Kabul en agosto, que le transmite un EEUU débil, y la confianza de que la división europea dificultará una respuesta unida. Alemania piensa en el gas, Francia, en Francia y España trata de agradar a Washington con un ojo puesto en la crisis permanente con Marruecos.

"Las autoridades de Kiev tampoco son un ejemplo democrático. Hay extrema derecha en ambos países"

¿Quiere Putin invadir Ucrania?

¿Quiere Putin invadir Ucrania? Por sus antecedentes y rechazo a la independencia de este país, la respuesta podría ser afirmativa. El problema es que sería un movimiento peligroso. Ucrania ha duplicado el tamaño de sus Fuerzas Armadas desde 2014, la población parece dispuesta a todo y cuenta con asesores y armamento occidental.

Estamos en la fase en la que dos gallos de pelea tratan de asustarse. Como jugador de ajedrez, Putin está seguro de que si invade no habrá respuesta de la OTAN ni de EEUU. Ucrania no es miembro de la Alianza Atlántica. Por eso Biden anuncia sanciones económicas catastróficas. Una guerra sería un mal negocio, sobre todo para la UE.

Además de los que creen que Rusia es comunista, algo que afecta también a cierta derecha, hay un sector a la izquierda del PSOE que vive en un antiatlantismo de piel: el enemigo de la OTAN siempre es mi amigo. Es una rémora de los años 80 del siglo XX, del grito “OTAN, no; bases, fuera”. Hay que resetear el sistema operativo de la Guerra Fría.

Ucrania, por la senda de Letonia

No existe un pacto escrito entre EEUU y la URSS contra la expansión de la OTAN hacia el Este. Al parecer hubo un acuerdo verbal tras la unificación alemana en los años 90. Pese a ello, es lógico que la nueva Rusia que se siente grande tema la cercanía de sus enemigos históricos.

 Para los países Bálticos entrar en la OTAN fue su garantía de independencia. En Letonia, un tercio de la población es de origen ruso. Los nacidos tras el colapso de la URSS han probado la pertenencia a la UE, el euro y la libertad. Se sentirán rusos de cultura y lengua, pero no quieren saber nada de Putin. Ucrania camina por la misma senda.

 La UE debería sacar enseñanzas: necesita un Ejercito europeo capaz de defender sus intereses. Desde las guerras de Irak, Libia y Afganistán está claro que la UE y EEUU no viajan en el mismo camarote. El siguiente reto es lidiar con China. La batalla de Washington por ser la única superpotencia no es la nuestra.

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