La OTAN siente que recobra su ser
La llegada al poder de Vladimir Putin restauró las señas de identidad de la OTAN a la misma velocidad con la que el presidente ruso hizo lo propio con el orgullo nacional perdido y Ucrania en la agenda
Albert Garrido
Periodista
Albert Garrido
A raíz de la crisis en curso entre Rusia y Estados Unidos y sus aliados de la OTAN cunde la impresión de que la Alianza Atlántica ha recobrado su razón de ser, vuelve a ceñirse a su silueta el traje a medida cortado para gestionar en Europa la guerra fría. En esa tesitura, creen en Bruselas que la 'muerte cerebral' de la OTAN que proclamó en 'The Economist' el presidente de Francia, Emmanuel Macron, a propósito de la retirada estadounidense de Siria, ha sido neutralizada conforme al aserto del geógrafo Michael Kidron, en su 'Atlas de la guerra': “El orden militar internacional, una jerarquía de poder basada en la guerra, la amenaza de la guerra y la preparación permanente para la guerra, es una forma de organizar los asuntos mundiales”.
1949: el Tratado de Washington
El análisis de Kidron se deriva del ecosistema en el que nació la OTAN, donde en un lapso de tiempo muy corto se sucedieron varios episodios relacionados con la seguridad en Europa, del que el más importante fue el puente aéreo de Berlín (junio de 1948), culminación de una serie de desencuentros entre los aliados occidentales y Stalin. Aquel momento de máxima tensión reveló la ineficacia de la Unión Europea Occidental, creada en marzo de 1948, y así se llegó a la firma del Tratado de Washington (9 de abril de 1949), alumbramiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), resultado de un acuerdo previo entre Ernest Bevin, secretario del Foreign Office, y el general George Marshall, secretario de Estado. Ambos coincidieron en aquel entonces en que la seguridad del Reino Unido era inseparable de la del continente, y esa doctrina fundacional sigue vigente, con la circunstancia añadida de que en el ideario británico la relación entre ambos lados del Atlántico pasa por mantener un vínculo especial entre Londres y Washington.
1952: fracaso europeo
Quizá tal esquema de trabajo pudo zozobrar con la creación de la Comunidad Europea de Defensa (27 de mayo de 1952), pero la Asamblea Nacional de Francia no ratificó el tratado fundacional y la organización no pasó nunca de ser un intento fallido de Europa de disponer de cierto grado de autonomía militar.
1955: frente al Pacto de Varsovia
La consolidación de la OTAN fue definitiva a partir de la guerra de Corea (1950-1953), de la carrera armamentista que se desbocó desde el instante en que la Unión Soviética dispuso del arma nuclear y de la fundación del Pacto de Varsovia (14 de mayo de 1955), que procuró a la URSS un colchón de seguridad mediante la creación de un área de interposición entre su frontera occidental y la de la OTAN, del mar Báltico al Negro. Para los promotores de la OTAN, cobró todo su sentido el artículo 5 del tratado –cualquier ataque contra un miembro equivale a un ataque contra la organización y exige una respuesta conjunta–; para los revisionistas de la doctrina de contención de la URSS, articulada por el diplomático George F. Kennan en 1947 y rectificada por él mismo, la inseguridad fue en aumento al mismo tiempo que progresó la gestión militar de la rivalidad entre bloques.
Lo cierto es que ninguno de los grandes disensos entre el Este y el Oeste degeneró en una situación de guerra abierta. Desde el levantamiento en Hungría (octubre de 1956) hasta la intervención de la URSS en Checoslovaquia (agosto de 1968), pasando por el delicado episodio de los misiles soviéticos en Cuba (octubre de 1962), los mecanismos para neutralizar situaciones objetivamente explosivas evitaron lo peor. Se impuso un léxico acorde con reglas no escritas–equilibrio del terror, destrucción mutua asegurada, coexistencia pacífica, escalada– que desembocaron en el viaje del presidente Nixon a Moscú (1974), primer paso de una guerra fría atenuada.
1989: el final de 'statu quo' y la búsqueda de nuevos retos
Aquel 'statu quo' parecía destinado a tener larga vida; en realidad la tuvo, pero menos de lo que esperaban los analistas. La vulnerabilidad de la economía soviética, la carrera tecnológica emprendida por Estados Unidos, el fracaso de las reformas defendidas por Mijail Gorbachov y la descomposición del bloque del Este, con la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) como síntoma inequívoco de la enfermedad que lo minaba, cambiaron el paisaje. El acto final de aquella mutación histórica fue la desaparición de la URSS, el 25 de diciembre de 1991.
Mientras en Occidente se multiplicaron las muestras de satisfacción, en la nueva Rusia arraigó un doble sentimiento de frustración y decadencia. Contribuyó a ello el ingreso en la OTAN de los antiguos socios del Pacto de Varsovia con lo que, en la práctica, la frontera atlántica llegó hasta la de Rusia. Pero tampoco todo fueron buenas noticias para los analistas occidentales: fenómenos nuevos como el terrorismo global, los conflictos asimétricos y las guerras híbridas erosionaron la capacidad de prevención e intervención de la OTAN. Durante los años 90, “Rusia se vació de sustancia”, como dejó escrito el historiador Moshe Lewin, pero en Bruselas surgieron las dudas sobre cómo encarar nuevas realidades.
1999: Putin, el nuevo adversario
La llegada al poder de Vladimir Putin (1999) restauró las señas de identidad de la OTAN a la misma velocidad con la que el presidente ruso hizo lo propio con el orgullo nacional perdido y Ucrania en la agenda (anexión de Crimea e invasión del Donbass). “Desde el conservador Solzhenitsin al reformista liberal Mijail Gorbachov, los líderes rusos han visto Ucrania como fundamentalmente ligada a Moscú”, ha escrito el politólogo Fareed Zakaria en 'The Washington Post'. Históricamente, así son las cosas, pero, para la OTAN, la traducción práctica de tal principio en términos de seguridad dejó de tener sentido el día en el que la URSS se desvaneció. Los riesgos son evidentes.
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