Décima avenida
Putin no combate el imperialismo yanqui
La mirada a la política exterior no debe basarse en ideología del siglo XX, sino en derechos humanos
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Para los corresponsales de Oriente Próximo, reporteros de guerra y, en general, periodistas especializados en la información internacional, cubrir la guerra de Irak (de la que se cumplen casi 19 años y que sigue tan vigente) supuso un reto añadido a cualquier otro conflicto internacional: aquel enfrentamiento bélico se convirtió en un (agrio) asunto de política interna. Cada título, cada lid, cada entradilla en directo era recibida por la opinión pública y, lo que es peor, analizada por los partidos políticos y sus ‘spin doctors’ con el mismo interés y colmillo con el que se sigue la información sobre asuntos políticos nacionales. Al contrario que los compañeros especializados en política, para los que el arte de la triangulación es parte intrínseca de su trabajo, los corresponsales en el extranjero no estábamos acostumbrados a guerrear palmo a palmo, centímetro a centímetro, por el enfoque de un titular o por el arranque de color en el lid.
«No eres tan tan duro con la ocupación estadounidense de Irak como lo eres con la israelí de Palestina», me dijo un cooperante desplazado a la zona respecto mis crónicas del primer año de posguerra en Irak. «Cuento lo que veo», respondí, aunque no logré convencerlo. Entonces ya se daba la tendencia que después se acentuó de que al periodista se le exige ser activista, igual que a muchos periodistas deportivos se les exige saber de qué equipo son. Activistas de cualquier causa, porque a ojos de quien milita, todas las causas son justas, moralmente irreprochables, siempre correctas. Casi veinte años después, vivimos en una conversación pública, social y política basada en la superioridad moral en la que el equidistante, o simplemente el que no se adhiere sin pensar, es objeto de caza mayor.
Intereses y opiniones
Dice el lugar común que las relaciones internacionales no saben de sentimientos, sino tan solo de intereses. Es cierto cuando de gobernantes se trata: a un país serio se le empieza a reconocer por el hecho de que su política exterior permanece invariable da igual la identidad y la ideología de quien gobierna. Pero cuando no se gobierna, cuando se está en la oposición, cuando se gobierna pero no se tienen que tomar decisiones en asuntos exteriores, o cuando se opina desde lejos, el cristal a través del cual se analiza la política internacional es el ideológico. Aquellos que son de izquierdas están en contra de la ocupación israelí de Palestina, de la estadounidense de Irak, del proceso legal contra Assange y del bloqueo de Cuba; aquellos que son de derechas, son proisraelíes y proamericanos, se oponen al papel para todos, reniegan del bolivarianismo y adoran las grandes coaliciones alemanas.
Son clichés ideológicos que se dan en todas partes, pero que en España se agudizan porque ni los medios ni su opinión pública tienen la madurez respecto la información internacional de otras sociedades occidentales. Clichés que ahora, con la escalada de tensión en la frontera entre Rusia y Ucrania, se repiten de nuevo, en algunos casos con comparaciones sonrojantes y visiones del mundo trasnochadas.
Vladimir Putin es un dirigente autoritario que reprime derechos y libertades en el interior de Rusia y no respeta fuera de sus fronteras la soberanía de sus vecinos ni la legalidad internacional. El hecho de que se enfrente a EEUU no lo convierte en un defensor de libertades y derechos. Oponerse al imperialismo y dominio de EEUU no es garantía de progresismo ni de libertad. Huir de Washington para caer en Moscú es un viaje a ninguna parte.
Si la mirada del gobernante a la realidad internacional se basa en los intereses, la de los observadores debería basarse no en la ideología, sino en unos conceptos básicos muy claros: quién respeta, y quién no, los derechos humanos, las libertades y la legalidad internacional. Da igual el credo ideológico. Menos superioridad moral y más coherencia en la mirada.
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