Un episodio histórico determinante

¿Por qué nadie defendió Barcelona?

La derrota del Ebro y las luchas internas entre republicanos pesaron, pero se olvida a menudo, para explicar la desmoralización de una población que no levantó una sola barricada, que la ciudad fue sometida durante más de dos años a bombardeos sistemáticos

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Andreu Claret

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En el exilio republicano, donde nací, esta era la pregunta de muchas sobremesas. ¿Por qué cayó Barcelona a manos de los franquistas, sin resistencia alguna, el 26 de enero de 1939? Los mayores le daban vueltas al tema y cruzaban acusaciones según sus afinidades. Los de Negrín responsabilizaban a Companys de no haberse tomado nunca la guerra en serio. Los de Esquerra Republicana atribuían el hundimiento del frente catalán a su exclusión de todo lo relacionado con la guerra por parte de Negrín y los comunistas. Los partidarios de Azaña atribuían la vergonzosa entrada de las tropas franquistas en Barcelona a que Stalin ya había sentenciado a la República española. En cuanto a los anarquistas y los del POUM, lo atribuían a una política equivocada que había maniatado la revolución proletaria. A lo que los comunistas respondían que las cosas hubieran ido de otra manera si no se hubiese perdido tanto tiempo en organizar un ejército como Dios manda. Las polémicas cainitas que habían diezmado al bando republicano seguían haciendo estragos entre los exiliados, que solo coincidían en una afirmación: la política de no intervención de Francia e Inglaterra había sido el talón de Aquiles de la República. 

Pasados más de 80 años de la entrada en Barcelona de las tropas de Yagüe por el sur, y del cuerpo de ejército navarro, las tanquetas italianas y los regulares marroquís por el Tibidabo, existen estudios suficientes para abordar las múltiples causas que explican la caída de Barcelona como una fruta madura. Mi padre solía terciar en aquellas discusiones bizantinas afirmando que la guerra no la había ganado Franco, sino que la habían perdido los republicanos. Una conclusión ciertamente severa pero sincera, de quién ponía el acento en el desbarajuste que conoció el campo republicano, singularmente en Catalunya. Para él, la Guerra Civil se perdió por culpa de la guerra dentro de la guerra que enfrentó a las izquierdas en mayo de 1937, y por las pugnas que dividían a los nacionalistas catalanes con Companys, abandonado por muchos de los suyos que lo acusaban, injustamente, de todos los desastres de la retaguardia catalana. No cabe duda de que este clima de división fratricida pesó, pero no hay que olvidar que, tras la derrota del Ebro –donde murieron miles de jóvenes catalanes de la quinta del biberón–, el ejército republicano estaba en desbandada y la moral de los soldados que aún no habían desertado estaba por los suelos. 

Con casi 2.500 víctimas civiles, el experimento germano-italiano logró su objetivo: quebrantar toda moral de resistencia; esta estrategia sería utilizada después en la Segunda Guerra Mundial

El día antes de la entrada de los franquistas en Barcelona, ‘La Vanguardia’ todavía alcanzó a una última edición del diario (controlado entonces por Negrín) con un titular llamativo: 'El Llobregat puede ser el Manzanares de Barcelona'. El ‘puede’ revelaba el escepticismo de los linotipistas que se confirmó a las pocas horas. Las tropas franquistas e italianas cruzaron el Llobregat por los puentes que ni siquiera habían sido dinamitados por los artificieros republicanos. Muchas de las razones aducidas por unos y otros, en los debates del exilio, para justificar la incapacidad de defender Barcelona, tenían su razón de ser en mayor o menor grado. Sin embargo, se olvida a menudo, para explicar la desmoralización de una población que no cavó trincheras como las de la Casa de Campo de Madrid, ni levantó una sola barricada, que Barcelona había sido sometida durante más de dos años a bombardeos sistemáticos por parte de la Savoia-Marchetti italianos y de los Junker alemanes. Con cerca de 2.500 víctimas civiles y 1.800 edificios destruidos, el experimento germano-italiano alcanzó su objetivo: quebrantar toda moral de resistencia. Sumado a la derrota del Ebro, a las luchas internas entre republicanos y al impacto negativo que provocaron los asesinatos de numerosos civiles y religiosos al principio de la guerra, esta estrategia militar –que sería utilizada durante la Segunda Guerra Mundial– dobló toda posibilidad de reacción y allanó el camino a la llegada de los franquistas y a su recepción por parte de una población rendida por el racionamiento y la guerra. Winston Churchill reconocería el alcance de los bombardeos sufridos por los barceloneses, en junio de 1940, en un famoso discurso, cuando las bombas nazis empezaban a caer sobre Londres. Era tarde. Franco ya había ganado la guerra. 

*Andreu Claret es autor de la novela '1939. La caiguda de Barcelona'.

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