Opinión | Acoso en los campus

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El #MeToo irrumpe en la universidad

La fortaleza del movimiento ha impregnado a los más diversos sectores. Para los acosadores no puede haber amparo. Menos aún de las instituciones que también acogen a las víctimas

Campus de la UAB

Campus de la UAB / ARCHIVO

El acoso sexual es la punta del iceberg de una concurrencia de discriminaciones que laminan la carrera profesional de las mujeres y su vida entera. El #MeToo se hizo universal con el estallido del ‘caso Weinstein’, en 2017. Lo que pretendía ser una red de apoyo entre supervivientes de abusos y alentar la sororidad se convirtió en un movimiento que fortaleció a mujeres de todo el mundo e hizo tambalear el dominio de aquellos que, hasta entonces, creían tener potestad sobre los cuerpos de las mujeres. Desde entonces, el combate ha ido extendiéndose por los más variados espacios. Ahora, irrumpe con fuerza en las universidades españolas. 25 profesoras e investigadoras han roto el silencio.

Un silencio alimentado durante años por la impotencia y la vergüenza. Porque el guion, sea en los estudios de cine, en los despachos de las empresas o en las aulas de la universidad, siempre se repite. El iceberg es un machismo estructural que, sistemáticamente, ha negado la credibilidad a las víctimas, ha alimentado su descrédito, ha sido cómplice de los agresores y ha permitido su impunidad. Llega el momento de poner luz y taquígrafos a la denuncia. 

Conversaciones sexuales no deseadas, sabotaje o aislamiento laboral, burlas, humillaciones, acoso sexual… Los elementos que conforman la discriminación son muchos. El grado puede ser más o menos gravoso, pero todos son un lastre para la carrera profesional. Y para algo más. La salud mental se quiebra. Cuadros de depresiones, ansiedad, insomnio suelen ser recurrentes en las víctimas. Solo con ayuda médica se consigue convertirse en superviviente. Una ayuda que, sin el apoyo de la institución, encima debe costearse la propia víctima.

La retahíla de testimonios que presenta EL PERIÓDICO nos permite asomarnos al infierno de una discriminación reiterada. Entre ellos, el vía crucis de Ana Vidu detalla a la perfección cómo el acoso de un catedrático marcó toda su vida académica. Incluso ahora, lejos de aquella universidad, la pesadilla aún vivida irrumpe algunas noches. 

Las situaciones de acoso y aislamiento son comportamientos enquistados en el mundo de la academia. Un sistema con una estructura muy jerarquizada, donde los de arriba -especialmente los catedráticos- concentran buena parte del poder y los de abajo -estudiantes e investigadoras- se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad y precariedad. El temor es profundo. Hay demasiado en juego: desde la conducción de la tesis, a la consecución de una plaza o la asignación de recursos. 

En los últimos años se han introducido mecanismos meritocráticos y cabe avanzar en esa vía. El camino para recorrer es mucho. Igual que en tantos otros ámbitos donde el machismo está impregnado en la estructura, cabe apostar por liderazgos que no perpetúen el sexismo, aumentar la diversidad del profesorado, integrar investigadoras en lo más diferentes niveles de la organización y, de un modo muy especial, implicar a los hombres en este proceso. Es acoso es un problema estructural. No es un tema ‘solo’ de mujeres, debe visibilizarse y combatirse. Unidades de Igualdad como las que ya funcionan en las universidades públicas, revisadas si es necesario, deben ser el primer paso para establecer lazos de confianza y apoyar a las víctimas. Es necesario romper con una jerarquía abusiva.

Frente al iceberg de la discriminación, la fortaleza del movimiento #MeToo ha ido impregnando los más diversos sectores. Para los acosadores, no puede haber amparo. Menos aún de las instituciones que también acogen a las víctimas. El tiempo de la impunidad debe terminar.