Pandemia de alcohol

Irse de copas

Fiesta, alegría, alcohol, aderezado con gotitas de nostalgia son un combinado imbatible en nuestra cultura

Botellas de bebidas

Botellas de bebidas / Sergio Alves Santos|Unsplash

Carol Álvarez

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Entre las medidas que nos parecieron a bote pronto exóticas en el inicio de la pandemia estaba la prohibición de la venta de alcohol en Sudáfrica. En plena crisis de desesperanza y ansiedad global, poder tomarse una copa en casa, o incluso alguna de más, se ofrecía como lo más sensato. El motivo detrás de la medida era que las borracheras al volante causaban tal cantidad de accidentes de tráfico que las urgencias de los hospitales colapsaban en momentos que la atención médica debía estar en atender a enfermos de coronavirus. 

Meses después, Canadá exige certificado de vacunación para comprar licores y bebidas de graduación, una forma de seducir a los más renuentes, y en Reino unido el mismo alcohol va a acabar tumbando a Boris Johnson: las ‘wine party’ que organizó en Downing Street en momentos álgidos de las restricciones han indignado a una nación donde los pubs son un tesoro nacional que cerraron a cal a canto durante el confinamiento.

De cada levantamiento de restricciones, sobre todo antes de que la fatiga pandemia hiciera mella en todos nosotros, quedan imágenes como la de los bares de Melbourne la medianoche de octubre que reabrieron tras 262 días de confinamiento: oleadas de gente asaltaron las calles y los pubs, las bocinas de los coches y los gritos de euforia llenaron la noche de celebración como si fuera Nochevieja. Fiesta, alegría, alcohol, aderezado con gotitas de nostalgia son un combinado imbatible en nuestra cultura: pocas anécdotas generaron más corrientes de empatía que la de las 60 personas que quedaron atrapadas tres días en un pub de Yorkshire a causa de la tormenta Arwen en diciembre. El alcohol, la vida social, el ocio compartido con las risas sin mascarilla, cuando todos éramos una gran burbuja fueron una experiencia revivida en esa fracción de tiempo robada a las restricciones cotidianas de la pandemia.

Y aquí estamos, ya deslizándonos por enero de otro año cargado de nuevos propósitos, con el dejar de beber o de beber tanto marcado con un trazo algo titubeante en el calendario. El ‘dry january’ es una tradición anglosajona que se ha ido popularizando con los años, y que invita a revisar los hábitos de consumo de alcohol para devolverlos a su escala saludable. Se marcó enero como mes para este propósito por ser inicio de año, pero también de búsqueda de equilibrio tras los excesos acumulados en las fiestas. De hecho, es un mes para empezar dietas o volver al gimnasio, otros dos pilares de los 'resets' vitales que la pandemia ha golpeado con fuerza: a ver quién deja los bombones con este clima apocalíptico que de vez en cuando nos envuelve. El enero seco, o abstemio, se expande de todos modos como reacción al incremento alarmante de consumo de alcohol en pandemia pese al cierre de locales y los toques de queda. En los locales que abrieron puertas en pandemia, el consumo de vinos rosados y blancos se disparó, bebidas más acordes con consumidores nuevos o esporádicos. En España, algunos estudios señalaron que el incremento de venta de alcohol de 2019 a 2020 alcanzó el 21%, con Reino Unido pisando los talones en la estadística con un 19% de aumento. 

El enero seco, o abstemio, se expande de todos modos como reacción al incremento alarmante de consumo de alcohol en pandemia

La tendencia se ha mantenido por aquella costumbre social de buscar en la bebida una evasión puntual, aunque el factor de aislamiento, que el experimento no sea compartido, le quita mucho glamour, el que va creciendo como la espuma en torno a movimientos y organizaciones que defienden la sobriedad, que la ponen de moda en círculos no solo preocupados por la salud, si no que también parecen comprometidos en una nueva forma de diversión sin alcohol. Los expertos pronostican el 'boom' de las líneas de bebidas no alcohólicas, algunas de ellas nuevas marcas diseñadas para imitar sabores y sensaciones de los clásicos del bar. Estas 'start-up', algunas impulsadas por grupos empresariales del sector,  se suman a la complicidad de famosos como Kate Perry o Bella Hadid, que además de abogar por la ley seca han emprendido negocios de bebidas no alcohólicas.

El llamamiento al consumo responsable que sale en letras pequeñitas en las etiquetas de alcohol está más cerca que nunca de convertirse en realidad y una nueva cultura y economía de la diversión pide paso.

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