El desafío ruso

El telón de acero de Putin

Ucrania solo sería el principio. Esto es lo que queda claro escuchando a los representantes rusos, que repiten que no cesarán hasta volver a tener la antigua zona de influencia que tuvo la Unión Soviética

El presidente ruso, Vladimir Putin.

El presidente ruso, Vladimir Putin. / Efe

Marc Lamuà

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En un mundo achicado por la globalización, parecería que todos deberíamos ser mucho más conscientes de los movimientos políticos y estratégicos que pueden tener consecuencias funestas. Pero la globalidad parece nublarnos más la vista que no aclararla. Cuando en 2014 Rusia se anexionó la península de Crimea, no se le dio la importancia que geoestratégicamente tuvo.

Rusia consiguió por primera vez en muchos años la posibilidad de romper el espacio europeo y reclamar la perdida influencia en toda la parte este y norte del continente. Vladimir Putin es un político nacionalista más en nuestra era de los populismos: la historia de la Unión Soviética la utiliza para reclamar la gran Rusia. Le ha llevado años y mucho esfuerzo a Moscú desgastar y dividir adversarios. Pero ha dado pasos indudables para debilitar Europa y ser más fuerte en los territorios que durante la Guerra Fría fueron de influencia soviética. El fantasma de la intromisión rusa –especialmente en espacios cibernéticos– ha sido constante y cada vez más palpable en todos los eventos políticos.

El American First de Trump fue la primera vez que Estados Unidos renunciaba a ser la potencia hegemónica mundial y decidía dedicarse a sí misma o al nacionalismo. El nuevo presidente Joe Biden, en la operación Aukus, desde otro punto de vista, ha insistido en el mensaje de que Estados Unidos ya no gobierna el mundo, sino que compite en el escenario global para fortalecerse. A esto se le sumó una China cada vez más fuerte en el mundo capitalista y confrontada con Estados Unidos. Por último, la posición débil de la Unión Europea sin Reino Unido lo es aun mucho más al padecer gobiernos autoritarios como los de Hungría y Polonia, además de diferentes corrientes de populismo en su interior. Este escenario ha llevado a Vladimir Putin a tener una actitud abiertamente hostil contra Europa y, en particular, Ucrania. 

Ucrania solo sería el principio. Esto es lo que queda claro escuchando a los representantes rusos, que repiten que no cesarán hasta volver a tener la antigua zona de influencia que tuvo la Unión Soviética en el telón de acero.

Thomas Piketty advertía que nuestros sistemas democráticos se encuentran más débiles que nunca desde la caída de la Unión Soviética en 1989. Así, la defensa de los derechos y libertades de las democracias liberales occidentales deberán reclamarse más que nunca.

La Unión Europea fue fruto de la necesidad de muchos de curar las heridas profundas que había dejado la Segunda Guerra Mundial en nuestro continente, de entender que o nos levantábamos juntos o nadie se levantaba. Esta crisis debemos leerla en los mismos términos: la Unión Europea debe estar más unida que nunca en los nuevos desafíos. Además de tener que rehacer, en tiempo récord, los lazos de confianza y unión de la Alianza y con Washington. Sin el escudo común de la OTAN los países europeos se debilitan. A la vez que Estados Unidos también es mucho más débil sin la Unión Europea.

La firmeza en el diálogo y la diplomacia de la Unión Europa tiene que ser total, también la de la defensa de las libertades ganadas. Los devaneos expansionistas y nostálgico-soviéticos deben tomarse muy en serio. El objetivo europeo debe ser atajar la situación antes de que sea realmente irreversible. En esta era de nacionalismos y populismos exaltados es necesario, más que nunca, recuperar el pensamiento político más importante: la libertad de los seres humanos es un derecho propio y siempre es ilegítimo alterarlo, y esa libertad solo la pueden garantizar las leyes respetadas, y ninguna causa justifica una actuación contraria a ese hecho fundamental.

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