Pros y contras

Parlament y simbología

Corremos el peligro de que una mala praxis administrativa, ese desbarajuste de pensiones y pagas, acabe resquebrajando los cimientos de una confianza que ya se había debilitado

Hemiciclo del Parlament de Catalunya.

Hemiciclo del Parlament de Catalunya. / Europa Press

Josep Maria Fonalleras

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Hace unos años, cuando la hegemonía política del país correspondía a CiU, un diputado socialista calificó la sede legislativa de la Ciutadella como "el Parlament de la señorita Pepis". Levantó cierto revuelo, porque esa comparación dolía, iba al tuétano de la simbología sobre la que se había fundamentado la recuperación de las instituciones catalanes en la Transición. No teníamos mucho poder, vale, pero al menos era una simulación que nos acercaba al instante de (más o menos) plenitud republicana. Decir que el Parlament se parecía a ese tocador de juguete, una miniatura que imitaba la realidad, pero en versión escuálida y quebradiza, era afirmar, de hecho, que todo eso, más allá de la potencia visual del hemiciclo y de su legado histórico, era un escaparate sin mucho contenido.

El Parlament ha vivido determinados episodios que han ido más allá de la figuración y otros que no han sido sino la variación contemporánea de pretéritas ambiciones simbólicas. Ahora, corremos el peligro de que una mala praxis administrativa, ese desbarajuste de pensiones y pagas, acabe resquebrajando los cimientos de una confianza que ya se había debilitado y que cada día se tambalea más. En la Ciutadella y en todas partes.

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