Las 'macrogranjas'

Alipori: vergüenza ajena

Estos últimos días ha vuelto la palabra a mi boca, y ha vuelto la incomodidad, al ver el cinismo y la hipocresía de Pablo Casado en una explotación ganadera

El líder del PP, Pablo Casado.

El líder del PP, Pablo Casado. / Rafael Bastante - Europa Press

Josep Maria Pou

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Es esta una palabra poco usada y diría que desconocida por gran parte de la población: 'alipori'. Su uso en el habla habitual –en lo que vengo oyendo por donde acerco, cauto, la oreja– se reduce a lo esporádico, y salvo en algunos artículos culteranos, muy pocas veces la he visto escrita. Yo la aprendí como una más de uso común y corriente en la jerga de mi oficio. Cuando debuté en esto del teatro –54 años son ya pasados, como diría el clásico– la escuchaba habitualmente de boca de los actores mayores, sobre todo en aquellas conversaciones en las que se dedicaban a considerar el trabajo poco afortunado de algunos compañeros: "¡Qué alipori, por Dios, qué alipori!", o "daba tanto alipori que me salí del teatro por no seguir sufriendo", o "una actuación de alipori, sin paliativos". Entendí enseguida que alipori venía a significar "vergüenza ajena" pero con algo más, como si a ese sentimiento de vergüenza se le añadiera la aflicción de ver a alguien de la familia (la natural o la profesional, da lo mismo para el caso) haciendo el ridículo de manera tan notoria. Recuerdo bien que su empleo iba acompañado, casi siempre, de un rictus de conmiseración. No había regodeo ante el ridículo ajeno. Era más un resignado "¡qué pena!" que un pérfido "¡qué alegría!"

Estos últimos días ha vuelto la palabra a mi boca. Y ha vuelto la incomodidad. Pero no la pesadumbre, ni mucho menos la aflicción. Al contrario. He dicho "alipori" queriendo decir desfachatez. He sentido alipori como forma de indignación. Y ante la hipocresía y el cinismo me ha invadido la vergüenza que no tiene el sujeto causante de mi reacción. Pero, ¿este tío se cree que soy imbécil, que soy tonto de baba, que somos todos tontos de baba?. Paciente, he contenido las ganas de hacer añicos la foto que me ponían delante. ¿Qué foto? La de Pablo Casado acariciando el lomo de un bien alimentado ternerillo en el idílico paisaje abulense de una explotación ganadera de carácter extensivo. ¡Ojo!, el mismo tipo de ganadería que viene defendiendo desde sus primeras declaraciones el vapuleado ministro Garzón, frente a algunas otras de carácter intensivo que con su mala praxis propician el maltrato animal y la baja calidad del filete. ¡Y más ojo todavía!, un tipo de ganaderías estas, las intensivas, que el mismo Partido Popular tiene prohibidas en algunos territorios en los que maneja poder.

A la desfachatez de la foto se suma la osadía de sus palabras: "La carne española es la mejor del mundo" (¡Viva Cartagena!).  Lo que no es sino otra más de sus mentiras absolutas. Según los datos del World Stock Challenge 2021, la mejor carne del mundo es la de unas ciertas vacas que se crían en Finlandia a las que alimentan con el pasto de aquellas tierras y –¡felices ellas! – una ración diaria de 300 a 500 gramos de chocolate.

Ante la foto y la frase, alipori. Penoso y adecuado alipori. Y ante el chocolate de las vacas, envidia. Pura y sana envidia.

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