Negacionistas y antivacunas

¿El que provoca gana?

Djokovic juega a provocar, igual que tantos, y el periodismo habrá de decidir cómo le pone el altavoz

Djokovic admite "errores" en documentos mientras Australia considera su deportación

Djokovic admite "errores" en documentos mientras Australia considera su deportación / EFE vídeo

José Luis Sastre

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Hay cierta mística en quien decide ir contracorriente y le planta cara a la convención o a la mayoría. En quien se las da de visionario e intenta pasar por ser el rebelde que tiene voz propia. Pero aprendimos con Albert Camus que la rebeldía parte del compromiso con el deber o la justicia, y ahora se ha puesto el tiempo lleno de rebeldes de causas bajas, las suyas; de gente que desafía a la ciencia porque sabe más que el más listo. Habrá quien se niegue a vacunarse contra el covid por miedo o por ignorancia, como los hay que actúan por egoísmo o porque creen –es una cuestión de fe, al cabo– que sus argumentos se sostienen más que los ensayos, las pruebas y las conclusiones de la OMS.

Los hay, incluso, que hacen bandera de su rechazo, resueltos a encabezar la causa y propagarla ante la sospecha de conspiración en cada pinchazo. Es el grupo que mira al resto como si fueran los campeones del mundo –de tenis, para empezar– y que piensan que el hecho de no inmunizarse no debe tener consecuencias para ellos. Seguramente, porque ya las tiene para los demás.

Los sociólogos dirán si detrás del movimiento existe un patrón o una ideología, porque los antivacunas suelen ser luego antiotras muchas cosas. Lo que difícilmente podrá afirmarse es que sean rebeldes, porque la primera derrota sería entregarles el diccionario y cambiarle el sentido a la idea de rebeldía. Rebelarse no es eso, aunque necesiten de la mística revolucionaria para conseguir aquello que tanto ansían: el protagonismo. Es ahí donde aparece la primera pregunta: ¿por qué les damos lo que andan buscando?

La Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) estimaba en diciembre que se habían vacunado 95 de los 100 primeros tenistas del ‘ranking’, por lo que Novak Djokovic representa apenas a unos pocos. Algo parecido sucede con los antivacunas en general, que son minoría. Se alegará, y con razón, que el hecho de ser minoritario no es motivo para que te ignoren. Al revés, por mucho que en este caso debería servir al menos para saber dimensionarlo. Otra cosa es aceptar que su causa sea la libertad, cuando se trata más bien de sus privilegios: de no estar dispuesto a asumir las consecuencias que tiene seguir sus reglas.

Djokovic juega a provocar, igual que tantos. Y tiene éxito, lo que no significa que tenga a la vez la victoria. El periodismo habrá de decidir cómo le pone el altavoz: si reproduce sus argumentos o los contrasta, si sitúa en el mismo nivel a los científicos y a negacionistas supersticiosos, creyendo que ser plural consiste en equiparar la verdad con la mentira. Djokovic alerta de un fenómeno que existe y no está claro que despreciarlo o no darle relevancia sea el mejor tratamiento. Por socorrido que sea el ejemplo, no deja de ser el más palmario: cuando Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos los grandes medios cayeron en la cuenta de que silenciar sus provocaciones no resolvía nada. Es un equilibrio difícil, claro, y acertar con el foco resulta lo más difícil, pero el oficio que vive de hacer preguntas también debe hacérselas a sí mismo.

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